domingo, 27 de abril de 2014

EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL Y OTROS ENSAYOS

EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL
Y OTROS ENSAYOS


INTRODUCCIÓN:

La heterosexualidad no como una institución sino como un régimen político que se basa en la sumisión y la apropiación de las mujeres.
  • ·      Mathieu, fue la primera en concebir a las mujeres en las ciencias sociales como una entidad sociológica y antropológica, es decir, no como un apéndice de los hombres, sino como un grupo propio.
  • ·        Delphy, acuñó la expresión «feminismo materialista».
  • ·    Guillaumin es más conocida por haber definido el doble aspecto de la opresión de las mujeres: la apropiación privada por un individuo (marido o padre) y la apropiación colectiva de todo un grupo.
  • ·         Tabet, con su trabajo sobre la antropología de los sexos, ha establecido el vínculo que existe entre las mujeres que son objeto de una apropiación colectiva.


LA CATEGORÍA DE SEXO:

La ideología de la diferencia sexual opera en nuestra cultura como una censura, en la medida en que oculta la oposición que existe en el plano social entre los hombres y las mujeres poniendo a la naturaleza como su causa. Masculino/femenino, macho/hembra son categorías que sirven para disimular el hecho de que las diferencias sociales implican siempre un orden económico, político e ideológico.
El destino de las mujeres es aportar tres cuartas partes del trabajo en la sociedad, trabajo al que hay que añadir el trabajo corporal de la reproducción según la tasa preestablecida de la demografía. Ser asesinada y mutilada, ser torturada y maltratada física y mentalmente; ser violada, ser golpeada y ser forzada a casarse, éste es el destino de las mujeres. Las mujeres no saben que están totalmente dominadas por los hombres, y cuando lo admiten, «casi no pueden creerlo». Los hombres saben perfectamente que dominan a las mujeres y han sido educados para hacerlo.
La dominación suministra a las mujeres un conjunto de hechos, de datos, de aprioris que, por muy discutibles que sean, forman una enorme construcción política, una prieta red que lo cubre todo, nuestros pensamientos, nuestros gestos, nuestros actos, nuestro trabajo, nuestras sensaciones, nuestras relaciones.
La categoría de sexo es una categoría política que funda la sociedad en cuanto heterosexual. establece como «natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a través de ella la mitad de la población —las mujeres— es «heterosexualizada» y sometida a una economía heterosexual.

Es el producto de la sociedad heterosexual, en la cual los hombres se apropian de la reproducción y la producción de las mujeres, así como de sus personas físicas por medio de un contrato que se llama contrato de matrimonio. El contrato que une a una mujer con un hombre es, en principio, un contrato de por vida, que sólo la ley puede romper (el divorcio). Asigna a la mujer ciertas obligaciones, incluyendo un trabajo no remunerado. Su trabajo (la casa, criar a los niños), así como sus obligaciones significan que la mujer, en cuanta persona física, pertenece a su marido.
El producto de la sociedad heterosexual que hace de la mitad de la población seres sexuales donde el sexo es una categoría de la cual las mujeres no pueden salir.
La categoría de sexo es la categoría que une a las mujeres porque ellas no pueden ser concebidas por fuera de esa categoría. Sólo ellas son sexo, el sexo, y se las ha convertido en sexo en su espíritu, su cuerpo, sus actos, sus gestos; incluso los asesinatos de que son objeto y los golpes que reciben son sexuales.
Sin duda la categoría de sexo apresa firmemente a las mujeres. Y es que la categoría de sexo es una categoría totalitaria que para probar su existencia tiene sus inquisidores, su justicia, sus tribunales, su conjunto de leyes, sus terrores, sus torturas, sus mutilaciones, sus ejecuciones, su policía. Es una categoría que determina la esclavitud de las mujeres, y actúa de forma muy precisa por medio de una operación de reducción.

NO SE NACE MUJER:

La opresión de las mujeres con un enfoque materialista y feminista, se destruye la idea de que las mujeres son un grupo natural, es decir, «un grupo racial de un tipo especial: un grupo concebido como natural un grupo de hombres considerado como materialmente específicos en sus cuerpos».
Una sociedad lesbiana revela pragmáticamente que esa separación de los hombres de que las mujeres han sido objeto, es política y muestra que hemos sido ideológicamente reconstruidas como un «grupo natural».
El matriarcado no es menos heterosexual que el patriarcado: sólo cambia el sexo del opresor. Además, esta concepción no sólo sigue asumiendo las categorías del sexo (mujer y hombre), sino que mantiene la idea de que la capacidad de dar a luz (o sea, la biología) es lo único que define a una mujer. Al admitir que hay una división «natural» entre mujeres y hombres, naturalizamos la historia, asumimos que «hombres» y «mujeres» siempre han existido y siempre existirán.
El embarazo como una producción forzada, sino como un proceso «natural», «biológico», olvidando que en nuestras sociedades la natalidad es planificada, olvidando que nosotras mismas somos programadas para producir niños, aunque es la única actividad social, «con la excepción de la guerra», que implica tanto peligro de muerte.
Tener una conciencia lesbiana supone no olvidar nunca hasta qué punto ser «la-mujer» era para nosotras algo «contra natura», algo limitador, totalmente opresivo y destructivo en los viejos tiempos anteriores al movimiento de liberación de las mujeres.
Una lesbiana debe ser cualquier otra cosa, una no-mujer, un no-hombre, un producto de la sociedad y no de la «naturaleza», porque no hay «naturaleza» en la sociedad.
Rechazar convertirse en heterosexual ha significado siempre, conscientemente o no, negarse a convertirse en una mujer, o en un hombre. Feminismo contiene la palabra «fémina» («mujer»), y significa: alguien que lucha por las mujeres.  Elegimos llamarnos «feministas» hace diez años, no para apoyar o fortalecer el mito de la mujer, ni para identificarnos con la definición que el opresor hace de nosotras, sino para afirmar que nuestro movimiento tiene una historia y para subrayar el lazo político con el primer movimiento feminista. Las mujeres empezaron a luchar por sí mismas como un grupo y consideraron acertadamente que compartían aspectos de opresión comunes.
La «mujer» no es cada una de nosotras, sino una construcción política e ideológica que niega a «las mujeres» (el producto de una relación de explotación). «La-mujer» existe para confundirnos, para ocultar la realidad de «las mujeres».
Para las mujeres, el marxismo tuvo dos consecuencias. Les hizo imposible tomar conciencia de que eran una clase y por lo tanto les impidió constituirse como clase durante mucho tiempo, dejando la relación «mujeres/hombres» fuera del orden social, haciendo de ella una relación «natural» —sin duda, la única relación vista de esta manera por los marxistas, junto con la relación entre mujeres e hijos—, y ocultando finalmente el conflicto de clase entre hombres y mujeres tras una división natural del trabajo.
El lesbianismo ofrece, de momento, la única forma social en la cual podemos vivir libremente. Además, lesbiana es el único concepto que conozco que está más allá de las categorías de sexo (mujer y hombre), pues el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer ni económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente. Lo que constituye a una mujer es una relación social específica con un hombre, una relación que hemos llamado servidumbre, una relación que implica obligaciones personales y físicas y también económicas («asignación de residencia», trabajos domésticos, deberes conyugales, producción ilimitada de hijos, etc.), una relación de la cual las lesbianas escapan cuando rechazan volverse o seguir siendo heterosexuales.
Nuestra supervivencia exige que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a destruir esa clase las mujeres con la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto sólo puede lograrse por medio de la destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres, un sistema que produce el cuerpo de doctrinas de la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión.

EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL:

Estos últimos años, en París, la cuestión del lenguaje como fenómeno ha dominado los sistemas teóricos modernos, las ciencias llamadas humanas, y ha penetrado en las discusiones políticas de los movimientos de lesbianas y de liberación de las mujeres. La lingüística engendra la semiología y la lingüística estructural, la lingüística estructural engendra el estructuralismo, el cual engendra el Inconsciente Estructural.
El lenguaje simbólico es extremadamente pobre y esencialmente lagunar, los lenguajes o metalenguajes que lo interpretan se desarrollan, cada uno de ellos, con un fasto, una riqueza. Todos estos testimonios subrayan el sentido político que reviste en la sociedad heterosexual actual la imposibilidad de comunicar —de otro modo que no sea con un psicoanalista— que tienen las lesbianas, los hombres gay y las mujeres.
Los discursos que nos oprimen muy en particular a las lesbianas, mujeres y a los hombres homosexuales dan por sentado que lo que funda la sociedad, cualquier sociedad, es la heterosexualidad. Estos discursos de heterosexualidad nos oprimen en la medida en que nos niegan toda posibilidad de hablar si no es en sus propios términos y todo aquello que los pone en cuestión es enseguida considerado como «primario».
El discurso pornográfico forma parte de las estrategias de violencia que se ejercen sobre nuestro entorno, humilla, degrada, es un crimen contra nuestra «humanidad». Si los discursos de los sistemas teóricos modernos y de las ciencias humanas ejercen un poder sobre nosotras es porque trabajan con conceptos que nos tocan muy de cerca.
Las categorías de las que se trata funcionan como conceptos primitivos en un conglomerado de toda suerte de disciplinas, teorías, ideas preconcebidas, que yo llamaría «el pensamiento heterosexual». Se trata de «mujer», «hombre», «sexo», «diferencia» y de toda la serie de conceptos que están afectados por este mareaje, incluidos algunos tales como «historia», «cultura» y «real».
El pensamiento heterosexual se entrega a una interpretación totalizadora a la vez de la historia, de la realidad social, de la cultura, del lenguaje y de todos los fenómenos subjetivos. Es incapaz de concebir una cultura, una sociedad, en la que la heterosexualidad no ordenara no sólo todas las relaciones humanas, sino su producción de conceptos al mismo tiempo que todos los procesos que escapan a la conciencia.
El lesbianismo, la homosexualidad, y las sociedades que podemos crear, no pueden ser pensados o enunciados, aunque siempre hayan existido. De este modo, el pensamiento heterosexual continúa afirmando que el incesto, y no la homosexualidad, representa su mayor prohibición. Igualmente, cuando el pensamiento heterosexual piensa la homosexualidad, ésta no es nada más que heterosexualidad.
Los mitos heterosexuales es un sistema de signos que utiliza figuras de discurso y, por tanto, puede ser estudiado políticamente desde la ciencia de nuestra opresión; «sabemos- que-era-esclavitud» es la dinámica que introduce la diacronía de la historia en el discurso fijado de las esencias eternas.
Las lesbianas, por un cambio de perspectiva, y sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres porque «la-mujer» no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres.

A PROPÓSITO DEL CONTRATO SOCIAL:

En la ideología alemana afirman que la clase proletaria, en función de sus relaciones con la producción y el trabajo, sólo puede confrontar el orden social en masa, como un todo, y que no tiene otra opción que acabar con el estado. Según ellos, el término «contrato social», en la medida en que implica una idea de elección individual y de asociación voluntaria, puede aplicarse a los siervos. En efecto, durante varios siglos se fueron liberando a sí mismos, uno a uno, huyendo de la tierra a la que estaban vinculados.
Rousseau desarrolló la idea de contrato social, la historia lo dio por caduco, las mujeres son una clase que está estructurada de forma muy similar a como lo estaba la clase de los siervos.
La estructura de nuestra clase toda entera en términos mundiales es por esencia feudal, y manüene codo con codo, y en las mismas personas, formas de producción y de explotación que son a la vez capitalistas y precapitalistas.
La cuestión general del contrato social es un problema filosófico siempre actual en la medida en que comprende todas las actividades humanas, las relaciones, el pensamiento, hasta el punto de que «la humanidad ha nacido libre se encuentra en todas partes encadenada» (Rousseau). La promesa del contrato social de realizarse por el bien de todos y cada uno puede todavía ser objeto de examen filosófico y, al no haberse culminado históricamente, guarda aún su dimensión utópica. La cuestión del contrato social en los propios términos de Rousseau dista mucho de estar obsoleta, dado que en lo que se refiere a su dimensión filosófica nunca fue desarrollada.
La noción de «contrato social» es una noción de filosofía política, la idea abstracta de que hay un pacto, un convenio, un acuerdo entre los individuos y el orden social. Eran aprendices de legisladores y de gobernantes. Reflexionaron sobre el mejor gobierno y la ciudad ideal.
La iniciativa de las mujeres de este equipo dio lugar al nacimiento de una de las primeras escisiones del movimiento de liberación de las mujeres, instigada por personas todas ellas muy cercanas al «trono». Para Aristóteles, la sociedad nunca podía establecerse con el acuerdo de sus miembros y para su bienestar.
Según Rousseau, el contrato social es la suma de una serie de convenciones fundamentales que «aunque nunca han sido enunciadas formalmente, están sin embargo implícitas en el hecho de vivir en sociedad». El contrato social se basará en nuestra acción y en nuestras palabras, incluso si nos atenemos a lo que dijo Rousseau: «Yo nací ciudadano de un estado libre y el derecho mismo de votar me impone el deber de instruirme en los asuntos públicos aunque mi voz pueda no tener demasiada influencia en ellos». Contrato social y de heterosexualidad son dos nociones que se superponen. El contrato social del que estoy hablando es la heterosexualidad.
Lévi-Strauss ha descrito el proceso del intercambio de las mujeres y cómo funciona, ha esbozado para nosotros el contrato social a grandes rasgos, pero en verdad un contrato social en el que las mujeres son excluidas, un contrato social entre los hombres. Para Lévi-Strauss, la sociedad no puede funcionar o existir sin este intercambio. Al plantear esto, muestra la heterosexualidad no sólo como una institución, sino como el contrato social, como un régimen político.
La heterosexualidad, cuyas características aparecen y después desaparecen cuando el pensamiento trata de aprehenderlas, es visible y obvia en las categorías del contrato heterosexual. Una de estas categorías que intenté deconstruir en un corto ensayo es la categoría de sexo. La categoría de sexo es la categoría que establece como «natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a través de ella la mitad de la población —las mujeres— es «heterosexualizada».
Las mujeres sólo pueden entrar en el contrato social (es decir, uno nuevo) escapando de su clase, incluso si tienen que hacerlo como esclavas fugitivas, una por una. Ya lo estamos haciendo. Las lesbianas somos desertoras, esclavas fugitivas; las esposas desertoras están en la misma situación y existen en todos los países porque el régimen político de la heterosexualidad está presente en todas las culturas. Así, romper con el contrato social heterosexual es una necesidad para quienes no lo asumimos.

HOMO SUM:

Todos tenemos una idea abstracta de lo que quiere decir «humano », aunque lo que denominamos «humano» es siempre del orden de lo potencial, de lo posible, de aquello que no ha sido aún realizado. Aquello que ha sido considerado hasta ahora como «humano» en nuestra filosofía occidental sólo se refiere a una minoría de personas. Cuando consideramos lo potencial y lo virtual de lo humano, de forma abstracta, desde un punto de vista filosófico, para ver claro tenemos que hacerlo desde un punto de vista oblicuo.
La teoría del conflicto que han generado estos «anacronismos» podría describirse como un paradigma de opresión transversal a todas las «clases» marxistas. Estos anacronismos no podían ser objeto de una interpretación exclusivamente económica, es decir: en términos de estricta apropiación de la plusvalía en un contexto social donde cada uno es igual en derecho, pero en el cual los capitalistas, dado que poseen los medios de producción, pueden apropiarse de la mayor parte de la producción y del trabajo de los proletarios, ya que éstos producen un valor que puede ser intercambiado por dinero y colocado en el mercado.
Desde un punto de vista lesbiano, político y filosófico, cuando se reflexiona sobre la situación de las mujeres en la historia, debemos preguntarnos sobre la dialéctica remontándonos más allá de la dialéctica hegeliana.
Para nosotras la necesidad de cuestionar la dialéctica supone realizar una «dialectización» de la dialéctica. Es fundamental prestar atención a este proceso que se dio en la historia de la filosofía.
Marx tenía la intención de elaborar una inversión de la dialéctica de Hegel. La etapa siguiente para Marx consistía en mostrar que categorías dialécticas como el Uno, el Otro, el Amo y el Esclavo, no son eternas, y que no tienen nada de metafísico o de esencial, sino que deben ser leídas y comprendidas en términos históricos.
Lo que se ha producido en la historia durante todas las revoluciones que hemos conocido es que el Otro (una categoría de otros) ha tomado el lugar del Uno y, a continuación, ha dominado a enormes grupos de personas oprimidas cuya suerte es convertirse en el Otro de los ex-otros. Según la dialéctica marxista, el papel de la burguesía es —por medio de su fracción revolucionaria— abolirse y aniquilarse a través de la destrucción de las clases económicas, para fundirse con el proletariado.
Ni el Pensamiento del Otro, ni el Pensamiento de la Diferencia deberían ser aceptables para nosotras, porque «nada de lo que es humano es ajeno» para el Uno o para el Otro. Hay una continuidad en su realidad, una continuidad en la cual la abstracción actúa con fuerza sobre lo material y forma tanto el cuerpo como el espíritu de aquellos a quienes oprime.
EL PUNTO DE VISTA: ¿UNIVERSAL O PARTICULAR?
Para empezar, es preciso decir que no existe la «escritura femenina ». Utilizar y propagar esta expresión supone cometer un grave error: ¿en qué consiste ese «femenino» de la «escritura femenina»? Está ahí para la Mujer. Supone mezclar una práctica con un mito, el mito de «la-mujer». La «Mujer» no puede asociarse con la escritura porque la «Mujer» es una formación imaginaria y no una realidad concreta, es esa antigua marca al rojo vivo que el enemigo mantiene alzada, como un trofeo encontrado y conquistado tras una dura lucha. La «escritura femenina» es la metáfora naturalista del hecho político brutal de la dominación de las mujeres y como tal alimenta el aparato con el que avanza la «feminidad». La «escritura» es capturada por la metáfora en la «escritura femenina» y ello esconde un trabajo y una producción  que está en proceso, porque «escritura» y «femenino» se asocian para designar una especie de producción biológica particular de la Mujer, un La (nueva) feminidad, la escritura femenina, el elogio de la diferencia, suponen un retroceso respecto a una corriente política2 comprometida desde hace mucho en el cuestionamiento de las categorías de sexo, esos dos grandes  ejes de categorización para la filosofía y las ciencias humanas a secreción natural de la Mujer.
El género es el indicador lingüístico de la oposición política entre los sexos. Género es aquí utilizado en singular porque, en efecto, no hay dos géneros, sino uno: el femenino, el «masculino» no es un género. Porque lo masculino no es lo masculino sino lo general.

EL CABALLO DE TROYA:

Al principio, a los troyanos les resulta extraño este caballo de madera, sin color preciso, enorme, bárbaro. Se eleva hacia el cielo como una montaña. El caballo construido por los griegos es sin duda también un caballo para los troyanos, aunque aún lo observen con inquietud.
Una obra literaria puede funcionar como una máquina de guerra en el contexto de su época, no me estoy refiriendo a la literatura comprometida. La literatura comprometida, como la escritura femenina, son formaciones míticas y, como tales, funcionan como mitos en el sentido que Barthes ha dado a esta palabra. Cuando se habla de literatura, se deben tener en cuenta todos los elementos que entran en juego. El trabajo literario no puede ser influido directamente por la historia, la política y la ideología, porque estos dos campos pertenecen a sistemas de signos paralelos, a sistemas de signos que funcionan de forma diferente en el cuerpo social y que utilizan el lenguaje de una forma diferente. Cuando se trata del lenguaje, nos enfrentamos a una serie de fenómenos cuya característica principal es que son totalmente heterogéneos. La primera heterogeneidad que encontramos, irreductible, se refiere al lenguaje y a su relación con la realidad.
Las palabras yacen como un material bruto a disposición del escritor como la arcilla está disponible para el escultor. Cada una de las palabras es como el caballo de Troya. Son cosas, cosas materiales, y al mismo tiempo tienen un sentido.
Shklovsky, la tarea del escritor es recrear la primera visión de las cosas en su potencia, a diferencia del banal reconocimiento que se hace todos los días. Lo que el escritor recrea es una visión, pero no la de las cosas, sino más bien la de la primera visión de las palabras, en su potencia. El lenguaje no es considerado como ejercicio directo del poder. En esta concepción, el lenguaje, como el arte, forma parte de la llamada superestructura. Ambos son incluidos en la ideología, y como tales sólo expresan «las ideas» de la clase dominante.
La literatura nos enseña algo que es útil en cualquier otro campo: cuando las palabras trabajan, la forma y el contenido no pueden ser separados porque dependen de la misma forma, la forma de la palabra, una forma material. La universalización de cada punto de vista exige una particular atención a los elementos formales que pueden quedar abiertos a la historia, como los temas, los sujetos de la narración, así como la forma global de la obra. El intento de universalización del punto de vista es lo que determina que una obra literaria llegue a transformarse o no en una máquina de guerra.

LA MARCA DEL GÉNERO:

Para los lingüistas, la marca del género concierne a los sustantivos, cuando hablan del género como de un «sexo ficticio». El «sexo ficticio» de los nombres o su género neutro no son más que desarrollos accidentales de este principio básico, y como tales son relativamente inofensivos. La manifestación del género que es idéntica tanto en inglés como en francés se da en la dimensión de la persona.
Los filósofos los consideran imprescindibles para razonar y son para ellos conceptos a priori, que existen en la naturaleza antes de todo pensamiento, de todo orden social. De modo que llaman género a la delegación léxica «de los seres naturales», a su símbolo. Conscientes de que la noción de género no es tan inofensiva como parece, las feministas americanas utilizan el género como una categoría sociológica, poniendo de relieve que no hay nada de natural en esta noción, ya que los sexos han sido construidos artificialmente, son categorías políticas, categorías de opresión. El género es el indicador lingüístico de la oposición política entre los sexos y de la dominación de las mujeres. Al igual que el sexo, el hombre y la mujer, el género, como concepto, es un instrumento que sirve para constituir el discurso político del contrato social como heterosexual.
Al género, no sólo es importante separar de la gramática y de la lingüística una categoría sociológica que no osa decir su nombre: es también muy importante considerar cómo funciona el género en el lenguaje, cómo el género actúa sobre el lenguaje, antes incluso de considerar cómo actúa sobre quienes lo utilizan. El género se inscribe en una categoría del lenguaje que es totalmente diferente a cualquier otra y que se llama el pronombre personal.
El género no se reduce a la tercera persona, y la mención del sexo en el lenguaje no es un tratamiento reservado para la tercera persona. El sexo, bajo el nombre de género, afecta a todo el cuerpo del lenguaje y fuerza a cada hablante, si pertenece al sexo oprimido, a proclamarlo en su discurso, es decir, a aparecer en el lenguaje con la propia forma física (ella) y no con una forma abstracta, forma que cualquier hablante varón tiene el derecho incuestionable de utilizar.
El lenguaje en su conjunto da a cada uno el mismo poder de llegar a ser un sujeto absoluto por medio de su uso. Pero el género, un elemento del lenguaje, funciona por encima de ese hecho ontológico para anularlo en el caso de las mujeres, supone un constante intento de separarlas de lo más preciado para un ser humano, la subjetividad. El género es una imposibilidad ontológica porque pretende llevar a cabo la división del Ser. La imposición del género, que actúa como una negación en cuanto uno habla, es quitar a las mujeres la autoridad de hablar, y forzarlas a hacer su aparición al modo de los cangrejos, particularizándose a sí mismas y disculpándose continuamente. Cada vez que digo «yo», reorganizo el mundo desde mi punto de vista y por medio de la abstracción que pretendo universalizar. El «yo» se convierte en algo tan potente en El cuerpo lesbiano que puede atacar el orden heterosexual en los textos, y abordar eso que llaman el amor, los héroes del amor, y lesbianizarlos, lesbianizar los símbolos, lesbianizar los dioses y las diosas, lesbianizar a los hombres y a las mujeres.

EL LUGAR DE LA ACCIÓN:

Resulta difícil explicar todo el alcance de la enorme transformación que ha supuesto la obra de Nathalie Sarraute. En referencia a lo volátil de las palabras del lenguaje hablado, denominaré «interlocución» el material con el que ella trabaja, con el fin de establecer una comparación con lo que los lingüistas llaman «locución». Con la palabra interlocución, rara vez usada en lingüística, me refiero a todo lo que ocurre entre las personas cuando hablan. A diferencia de los lingüistas, que sólo tienen un punto de vista anatómico del lenguaje, el punto de vista de la novela no tiene que imponerse límites a sí mismo, porque puede recoger, en un simple movimiento, causas, efectos y actores.
El lenguaje existe como ese lugar común en el que uno puede mostrarse libremente, de una vez, por medio de las palabras, y pone al alcance de los otros esa misma posibilidad, sin la cual no habría sentido.


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