EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL
Y OTROS ENSAYOS
INTRODUCCIÓN:
La heterosexualidad no como una
institución sino como un régimen político que se basa en la sumisión y la
apropiación de las mujeres.
- · Mathieu, fue la primera en concebir a las mujeres en las ciencias sociales como una entidad sociológica y antropológica, es decir, no como un apéndice de los hombres, sino como un grupo propio.
- · Delphy, acuñó la expresión «feminismo materialista».
- · Guillaumin es más conocida por haber definido el doble aspecto de la opresión de las mujeres: la apropiación privada por un individuo (marido o padre) y la apropiación colectiva de todo un grupo.
- · Tabet, con su trabajo sobre la antropología de los sexos, ha establecido el vínculo que existe entre las mujeres que son objeto de una apropiación colectiva.
LA CATEGORÍA DE SEXO:
La ideología de la diferencia
sexual opera en nuestra cultura como una censura, en la medida en que oculta la
oposición que existe en el plano social entre los hombres y las mujeres
poniendo a la naturaleza como su causa. Masculino/femenino, macho/hembra son
categorías que sirven para disimular el hecho de que las diferencias sociales
implican siempre un orden económico, político e ideológico.
El destino de las mujeres es
aportar tres cuartas partes del trabajo en la sociedad, trabajo al que hay que
añadir el trabajo corporal de la reproducción según la tasa preestablecida de
la demografía. Ser asesinada y mutilada, ser torturada y maltratada física y
mentalmente; ser violada, ser golpeada y ser forzada a casarse, éste es el
destino de las mujeres. Las mujeres no saben que están totalmente dominadas por
los hombres, y cuando lo admiten, «casi no pueden creerlo». Los hombres saben
perfectamente que dominan a las mujeres y han sido educados para hacerlo.
La dominación suministra a las
mujeres un conjunto de hechos, de datos, de aprioris que, por muy discutibles
que sean, forman una enorme construcción política, una prieta red que lo cubre
todo, nuestros pensamientos, nuestros gestos, nuestros actos, nuestro trabajo,
nuestras sensaciones, nuestras relaciones.
La categoría de sexo es una
categoría política que funda la sociedad en cuanto heterosexual. establece como
«natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a
través de ella la mitad de la población —las mujeres— es «heterosexualizada» y
sometida a una economía heterosexual.
Es el producto de la sociedad
heterosexual, en la cual los hombres se apropian de la reproducción y la
producción de las mujeres, así como de sus personas físicas por medio de un
contrato que se llama contrato de matrimonio. El contrato que une a una mujer
con un hombre es, en principio, un contrato de por vida, que sólo la ley puede
romper (el divorcio). Asigna a la mujer ciertas obligaciones, incluyendo un
trabajo no remunerado. Su trabajo (la casa, criar a los niños), así como sus
obligaciones significan que la mujer, en cuanta persona física, pertenece a su
marido.
El producto de la sociedad
heterosexual que hace de la mitad de la población seres sexuales donde el sexo
es una categoría de la cual las mujeres no pueden salir.
La categoría de sexo es la
categoría que une a las mujeres porque ellas no pueden ser concebidas por fuera
de esa categoría. Sólo ellas son sexo, el sexo, y se las ha convertido en sexo
en su espíritu, su cuerpo, sus actos, sus gestos; incluso los asesinatos de que
son objeto y los golpes que reciben son sexuales.
Sin duda la categoría de sexo
apresa firmemente a las mujeres. Y es que la categoría de sexo es una categoría
totalitaria que para probar su existencia tiene sus inquisidores, su justicia,
sus tribunales, su conjunto de leyes, sus terrores, sus torturas, sus
mutilaciones, sus ejecuciones, su policía. Es una categoría que determina la
esclavitud de las mujeres, y actúa de forma muy precisa por medio de una
operación de reducción.
NO SE NACE MUJER:
La opresión de las mujeres con un
enfoque materialista y feminista, se destruye la idea de que las mujeres son un
grupo natural, es decir, «un grupo racial de un tipo especial: un grupo
concebido como natural un grupo de hombres considerado como materialmente
específicos en sus cuerpos».
Una sociedad lesbiana revela
pragmáticamente que esa separación de los hombres de que las mujeres han sido
objeto, es política y muestra que hemos sido ideológicamente reconstruidas como
un «grupo natural».
El matriarcado no es menos
heterosexual que el patriarcado: sólo cambia el sexo del opresor. Además, esta
concepción no sólo sigue asumiendo las categorías del sexo (mujer y hombre),
sino que mantiene la idea de que la capacidad de dar a luz (o sea, la biología)
es lo único que define a una mujer. Al admitir que hay una división «natural»
entre mujeres y hombres, naturalizamos la historia, asumimos que «hombres» y
«mujeres» siempre han existido y siempre existirán.
El embarazo como una producción
forzada, sino como un proceso «natural», «biológico», olvidando que en nuestras
sociedades la natalidad es planificada, olvidando que nosotras mismas somos
programadas para producir niños, aunque es la única actividad social, «con la
excepción de la guerra», que implica tanto peligro de muerte.
Tener una conciencia lesbiana
supone no olvidar nunca hasta qué punto ser «la-mujer» era para nosotras algo
«contra natura», algo limitador, totalmente opresivo y destructivo en los
viejos tiempos anteriores al movimiento de liberación de las mujeres.
Una lesbiana debe ser cualquier
otra cosa, una no-mujer, un no-hombre, un producto de la sociedad y no de la
«naturaleza», porque no hay «naturaleza» en la sociedad.
Rechazar convertirse en
heterosexual ha significado siempre, conscientemente o no, negarse a
convertirse en una mujer, o en un hombre. Feminismo contiene la palabra
«fémina» («mujer»), y significa: alguien que lucha por las mujeres. Elegimos llamarnos «feministas» hace diez
años, no para apoyar o fortalecer el mito de la mujer, ni para identificarnos
con la definición que el opresor hace de nosotras, sino para afirmar que
nuestro movimiento tiene una historia y para subrayar el lazo político con el
primer movimiento feminista. Las mujeres empezaron a luchar por sí mismas como
un grupo y consideraron acertadamente que compartían aspectos de opresión
comunes.
La «mujer» no es cada una de
nosotras, sino una construcción política e ideológica que niega a «las mujeres»
(el producto de una relación de explotación). «La-mujer» existe para
confundirnos, para ocultar la realidad de «las mujeres».
Para las mujeres, el marxismo tuvo dos consecuencias. Les
hizo imposible tomar conciencia de que eran una clase y por lo tanto les
impidió constituirse como clase durante mucho tiempo, dejando la relación
«mujeres/hombres» fuera del orden social, haciendo de ella una relación
«natural» —sin duda, la única relación vista de esta manera por los marxistas,
junto con la relación entre mujeres e hijos—, y ocultando finalmente el
conflicto de clase entre hombres y mujeres tras una división natural del
trabajo.
El lesbianismo ofrece, de
momento, la única forma social en la cual podemos vivir libremente. Además,
lesbiana es el único concepto que conozco que está más allá de las categorías
de sexo (mujer y hombre), pues el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer
ni económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente. Lo que constituye a
una mujer es una relación social específica con un hombre, una relación que
hemos llamado servidumbre, una relación que implica obligaciones personales y
físicas y también económicas («asignación de residencia», trabajos domésticos,
deberes conyugales, producción ilimitada de hijos, etc.), una relación de la
cual las lesbianas escapan cuando rechazan volverse o seguir siendo
heterosexuales.
Nuestra supervivencia exige que
nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a destruir esa clase las mujeres con
la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto sólo puede lograrse por
medio de la destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en
la opresión de las mujeres por los hombres, un sistema que produce el cuerpo de
doctrinas de la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión.
EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL:

El lenguaje simbólico es
extremadamente pobre y esencialmente lagunar, los lenguajes o metalenguajes que
lo interpretan se desarrollan, cada uno de ellos, con un fasto, una riqueza.
Todos estos testimonios subrayan el sentido político que reviste en la sociedad
heterosexual actual la imposibilidad de comunicar —de otro modo que no sea con
un psicoanalista— que tienen las lesbianas, los hombres gay y las mujeres.
Los discursos que nos oprimen muy
en particular a las lesbianas, mujeres y a los hombres homosexuales dan por
sentado que lo que funda la sociedad, cualquier sociedad, es la
heterosexualidad. Estos discursos de heterosexualidad nos oprimen en la medida
en que nos niegan toda posibilidad de hablar si no es en sus propios términos y
todo aquello que los pone en cuestión es enseguida considerado como «primario».
El discurso pornográfico forma
parte de las estrategias de violencia que se ejercen sobre nuestro entorno,
humilla, degrada, es un crimen contra nuestra «humanidad». Si los discursos de
los sistemas teóricos modernos y de las ciencias humanas ejercen un poder sobre
nosotras es porque trabajan con conceptos que nos tocan muy de cerca.
Las categorías de las que se
trata funcionan como conceptos primitivos en un conglomerado de toda suerte de
disciplinas, teorías, ideas preconcebidas, que yo llamaría «el pensamiento
heterosexual». Se trata de «mujer», «hombre», «sexo», «diferencia» y de toda la
serie de conceptos que están afectados por este mareaje, incluidos algunos
tales como «historia», «cultura» y «real».
El pensamiento heterosexual se
entrega a una interpretación totalizadora a la vez de la historia, de la
realidad social, de la cultura, del lenguaje y de todos los fenómenos
subjetivos. Es incapaz de concebir una cultura, una sociedad, en la que la
heterosexualidad no ordenara no sólo todas las relaciones humanas, sino su
producción de conceptos al mismo tiempo que todos los procesos que escapan a la
conciencia.
El lesbianismo, la
homosexualidad, y las sociedades que podemos crear, no pueden ser pensados o
enunciados, aunque siempre hayan existido. De este modo, el pensamiento
heterosexual continúa afirmando que el incesto, y no la homosexualidad,
representa su mayor prohibición. Igualmente, cuando el pensamiento heterosexual
piensa la homosexualidad, ésta no es nada más que heterosexualidad.
Los mitos heterosexuales es un
sistema de signos que utiliza figuras de discurso y, por tanto, puede ser
estudiado políticamente desde la ciencia de nuestra opresión; «sabemos-
que-era-esclavitud» es la dinámica que introduce la diacronía de la historia en
el discurso fijado de las esencias eternas.
Las lesbianas, por un cambio de
perspectiva, y sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen
el amor con mujeres porque «la-mujer» no tiene sentido más que en los sistemas
heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las
lesbianas no son mujeres.
A PROPÓSITO DEL CONTRATO SOCIAL:
En la ideología alemana afirman
que la clase proletaria, en función de sus relaciones con la producción y el
trabajo, sólo puede confrontar el orden social en masa, como un todo, y que no
tiene otra opción que acabar con el estado. Según ellos, el término «contrato
social», en la medida en que implica una idea de elección individual y de asociación
voluntaria, puede aplicarse a los siervos. En efecto, durante varios siglos se
fueron liberando a sí mismos, uno a uno, huyendo de la tierra a la que estaban
vinculados.
Rousseau desarrolló la idea de
contrato social, la historia lo dio por caduco, las mujeres son una clase que
está estructurada de forma muy similar a como lo estaba la clase de los
siervos.
La estructura de nuestra clase
toda entera en términos mundiales es por esencia feudal, y manüene codo con
codo, y en las mismas personas, formas de producción y de explotación que son a
la vez capitalistas y precapitalistas.
La cuestión general del contrato
social es un problema filosófico siempre actual en la medida en que comprende
todas las actividades humanas, las relaciones, el pensamiento, hasta el punto
de que «la humanidad ha nacido libre se encuentra en todas partes encadenada»
(Rousseau). La promesa del contrato social de realizarse por el bien de todos y
cada uno puede todavía ser objeto de examen filosófico y, al no haberse
culminado históricamente, guarda aún su dimensión utópica. La cuestión del
contrato social en los propios términos de Rousseau dista mucho de estar
obsoleta, dado que en lo que se refiere a su dimensión filosófica nunca fue
desarrollada.
La noción de «contrato social» es
una noción de filosofía política, la idea abstracta de que hay un pacto, un
convenio, un acuerdo entre los individuos y el orden social. Eran aprendices de
legisladores y de gobernantes. Reflexionaron sobre el mejor gobierno y la
ciudad ideal.
La iniciativa de las mujeres de
este equipo dio lugar al nacimiento de una de las primeras escisiones del
movimiento de liberación de las mujeres, instigada por personas todas ellas muy
cercanas al «trono». Para Aristóteles, la sociedad nunca podía establecerse con
el acuerdo de sus miembros y para su bienestar.
Según Rousseau, el contrato
social es la suma de una serie de convenciones fundamentales que «aunque nunca
han sido enunciadas formalmente, están sin embargo implícitas en el hecho de
vivir en sociedad». El contrato social se basará en nuestra acción y en
nuestras palabras, incluso si nos atenemos a lo que dijo Rousseau: «Yo nací
ciudadano de un estado libre y el derecho mismo de votar me impone el deber de
instruirme en los asuntos públicos aunque mi voz pueda no tener demasiada
influencia en ellos». Contrato social y de heterosexualidad son dos nociones
que se superponen. El contrato social del que estoy hablando es la
heterosexualidad.
Lévi-Strauss ha descrito el
proceso del intercambio de las mujeres y cómo funciona, ha esbozado para
nosotros el contrato social a grandes rasgos, pero en verdad un contrato social
en el que las mujeres son excluidas, un contrato social entre los hombres. Para
Lévi-Strauss, la sociedad no puede funcionar o existir sin este intercambio. Al
plantear esto, muestra la heterosexualidad no sólo como una institución, sino
como el contrato social, como un régimen político.
La heterosexualidad, cuyas
características aparecen y después desaparecen cuando el pensamiento trata de
aprehenderlas, es visible y obvia en las categorías del contrato heterosexual.
Una de estas categorías que intenté deconstruir en un corto ensayo es la
categoría de sexo. La categoría de sexo es la categoría que establece como
«natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a
través de ella la mitad de la población —las mujeres— es «heterosexualizada».
Las mujeres sólo pueden entrar en
el contrato social (es decir, uno nuevo) escapando de su clase, incluso si
tienen que hacerlo como esclavas fugitivas, una por una. Ya lo estamos
haciendo. Las lesbianas somos desertoras, esclavas fugitivas; las esposas
desertoras están en la misma situación y existen en todos los países porque el
régimen político de la heterosexualidad está presente en todas las culturas.
Así, romper con el contrato social heterosexual es una necesidad para quienes
no lo asumimos.
HOMO SUM:
Todos tenemos una idea abstracta
de lo que quiere decir «humano », aunque lo que denominamos «humano» es siempre
del orden de lo potencial, de lo posible, de aquello que no ha sido aún
realizado. Aquello que ha sido considerado hasta ahora como «humano» en nuestra
filosofía occidental sólo se refiere a una minoría de personas. Cuando
consideramos lo potencial y lo virtual de lo humano, de forma abstracta, desde
un punto de vista filosófico, para ver claro tenemos que hacerlo desde un punto
de vista oblicuo.
La teoría del conflicto que han
generado estos «anacronismos» podría describirse como un paradigma de opresión
transversal a todas las «clases» marxistas. Estos anacronismos no podían ser
objeto de una interpretación exclusivamente económica, es decir: en términos de
estricta apropiación de la plusvalía en un contexto social donde cada uno es
igual en derecho, pero en el cual los capitalistas, dado que poseen los medios
de producción, pueden apropiarse de la mayor parte de la producción y del
trabajo de los proletarios, ya que éstos producen un valor que puede ser
intercambiado por dinero y colocado en el mercado.
Desde un punto de vista lesbiano,
político y filosófico, cuando se reflexiona sobre la situación de las mujeres
en la historia, debemos preguntarnos sobre la dialéctica remontándonos más allá
de la dialéctica hegeliana.
Para nosotras la necesidad de
cuestionar la dialéctica supone realizar una «dialectización» de la dialéctica.
Es fundamental prestar atención a este proceso que se dio en la historia de la
filosofía.
Marx tenía la intención de
elaborar una inversión de la dialéctica de Hegel. La etapa siguiente para Marx
consistía en mostrar que categorías dialécticas como el Uno, el Otro, el Amo y
el Esclavo, no son eternas, y que no tienen nada de metafísico o de esencial,
sino que deben ser leídas y comprendidas en términos históricos.
Lo que se ha producido en la
historia durante todas las revoluciones que hemos conocido es que el Otro (una
categoría de otros) ha tomado el lugar del Uno y, a continuación, ha dominado a
enormes grupos de personas oprimidas cuya suerte es convertirse en el Otro de
los ex-otros. Según la dialéctica marxista, el papel de la burguesía es —por
medio de su fracción revolucionaria— abolirse y aniquilarse a través de la
destrucción de las clases económicas, para fundirse con el proletariado.
Ni el Pensamiento del Otro, ni el
Pensamiento de la Diferencia deberían ser aceptables para nosotras, porque
«nada de lo que es humano es ajeno» para el Uno o para el Otro. Hay una
continuidad en su realidad, una continuidad en la cual la abstracción actúa con
fuerza sobre lo material y forma tanto el cuerpo como el espíritu de aquellos a
quienes oprime.
EL PUNTO DE VISTA: ¿UNIVERSAL O PARTICULAR?
Para empezar, es preciso decir
que no existe la «escritura femenina ». Utilizar y propagar esta expresión
supone cometer un grave error: ¿en qué consiste ese «femenino» de la «escritura
femenina»? Está ahí para la Mujer. Supone mezclar una práctica con un mito, el
mito de «la-mujer». La «Mujer» no puede asociarse con la escritura porque la
«Mujer» es una formación imaginaria y no una realidad concreta, es esa antigua
marca al rojo vivo que el enemigo mantiene alzada, como un trofeo encontrado y
conquistado tras una dura lucha. La «escritura femenina» es la metáfora
naturalista del hecho político brutal de la dominación de las mujeres y como
tal alimenta el aparato con el que avanza la «feminidad». La «escritura» es
capturada por la metáfora en la «escritura femenina» y ello esconde un trabajo
y una producción que está en proceso,
porque «escritura» y «femenino» se asocian para designar una especie de
producción biológica particular de la Mujer, un La (nueva) feminidad, la
escritura femenina, el elogio de la diferencia, suponen un retroceso respecto a
una corriente política2 comprometida desde hace mucho en el cuestionamiento de
las categorías de sexo, esos dos grandes
ejes de categorización para la filosofía y las ciencias humanas a
secreción natural de la Mujer.
El género es el indicador lingüístico de la oposición
política entre los sexos. Género es aquí utilizado en singular porque, en
efecto, no hay dos géneros, sino uno: el femenino, el «masculino» no es un
género. Porque lo masculino no es lo masculino sino lo general.
EL CABALLO DE
TROYA:
Al principio, a los troyanos les resulta
extraño este caballo de madera, sin color preciso, enorme, bárbaro. Se eleva
hacia el cielo como una montaña. El caballo construido por los griegos es sin
duda también un caballo para los troyanos, aunque aún lo observen con
inquietud.
Una obra literaria puede
funcionar como una máquina de guerra en el contexto de su época, no me estoy refiriendo
a la literatura comprometida. La literatura comprometida, como la escritura
femenina, son formaciones míticas y, como tales, funcionan como mitos en el
sentido que Barthes ha dado a esta palabra. Cuando se habla de literatura, se
deben tener en cuenta todos los elementos que entran en juego. El trabajo
literario no puede ser influido directamente por la historia, la política y la
ideología, porque estos dos campos pertenecen a sistemas de signos paralelos, a
sistemas de signos que funcionan de forma diferente en el cuerpo social y que
utilizan el lenguaje de una forma diferente. Cuando se trata del lenguaje, nos
enfrentamos a una serie de fenómenos cuya característica principal es que son
totalmente heterogéneos. La primera heterogeneidad que encontramos,
irreductible, se refiere al lenguaje y a su relación con la realidad.
Las palabras yacen como un material
bruto a disposición del escritor como la arcilla está disponible para el
escultor. Cada una de las palabras es como el caballo de Troya. Son cosas,
cosas materiales, y al mismo tiempo tienen un sentido.
Shklovsky, la tarea del escritor
es recrear la primera visión de las cosas en su potencia, a diferencia del
banal reconocimiento que se hace todos los días. Lo que el escritor recrea es
una visión, pero no la de las cosas, sino más bien la de la primera visión de
las palabras, en su potencia. El lenguaje no es considerado como ejercicio
directo del poder. En esta concepción, el lenguaje, como el arte, forma parte
de la llamada superestructura. Ambos son incluidos en la ideología, y como tales
sólo expresan «las ideas» de la clase dominante.
La literatura nos enseña algo que
es útil en cualquier otro campo: cuando las palabras trabajan, la forma y el contenido
no pueden ser separados porque dependen de la misma forma, la forma de la
palabra, una forma material. La universalización de cada punto de vista exige
una particular atención a los elementos formales que pueden quedar abiertos a la
historia, como los temas, los sujetos de la narración, así como la forma global
de la obra. El intento de universalización del punto de vista es lo que determina
que una obra literaria llegue a transformarse o no en una máquina de guerra.
LA MARCA DEL GÉNERO:
Para los lingüistas, la marca del
género concierne a los sustantivos, cuando hablan del género como de un «sexo
ficticio». El «sexo ficticio» de los nombres o su género neutro no son más que
desarrollos accidentales de este principio básico, y como tales son
relativamente inofensivos. La manifestación del género que es idéntica tanto en
inglés como en francés se da en la dimensión de la persona.
Los filósofos los consideran
imprescindibles para razonar y son para ellos conceptos a priori, que existen
en la naturaleza antes de todo pensamiento, de todo orden social. De modo que
llaman género a la delegación léxica «de los seres naturales», a su símbolo.
Conscientes de que la noción de género no es tan inofensiva como parece, las
feministas americanas utilizan el género como una categoría sociológica, poniendo
de relieve que no hay nada de natural en esta noción, ya que los sexos han sido
construidos artificialmente, son categorías políticas, categorías de opresión. El
género es el indicador lingüístico de la oposición política entre los sexos y
de la dominación de las mujeres. Al igual que el sexo, el hombre y la mujer, el
género, como concepto, es un instrumento que sirve para constituir el discurso
político del contrato social como heterosexual.
Al género, no sólo es importante separar
de la gramática y de la lingüística una categoría sociológica que no osa decir
su nombre: es también muy importante considerar cómo funciona el género en el
lenguaje, cómo el género actúa sobre el lenguaje, antes incluso de considerar cómo
actúa sobre quienes lo utilizan. El género se inscribe en una categoría del
lenguaje que es totalmente diferente a cualquier otra y que se llama el
pronombre personal.
El género no se reduce a la
tercera persona, y la mención del sexo en el lenguaje no es un tratamiento reservado
para la tercera persona. El sexo, bajo el nombre de género, afecta a todo el
cuerpo del lenguaje y fuerza a cada hablante, si pertenece al sexo oprimido, a
proclamarlo en su discurso, es decir, a aparecer en el lenguaje con la propia
forma física (ella) y no con una forma abstracta, forma que cualquier hablante
varón tiene el derecho incuestionable de utilizar.
El lenguaje en su conjunto da a
cada uno el mismo poder de llegar a ser un sujeto absoluto por medio de su uso.
Pero el género, un elemento del lenguaje, funciona por encima de ese hecho
ontológico para anularlo en el caso de las mujeres, supone un constante intento
de separarlas de lo más preciado para un ser humano, la subjetividad. El género
es una imposibilidad ontológica porque pretende llevar a cabo la división del
Ser. La imposición del género, que actúa como una negación en cuanto uno habla,
es quitar a las mujeres la autoridad de hablar, y forzarlas a hacer su
aparición al modo de los cangrejos, particularizándose a sí mismas y
disculpándose continuamente. Cada vez que digo «yo», reorganizo el mundo desde
mi punto de vista y por medio de la abstracción que pretendo universalizar. El
«yo» se convierte en algo tan potente en El cuerpo lesbiano que puede atacar el
orden heterosexual en los textos, y abordar eso que llaman el amor, los héroes
del amor, y lesbianizarlos, lesbianizar los símbolos, lesbianizar los dioses y
las diosas, lesbianizar a los hombres y a las mujeres.
EL LUGAR DE LA ACCIÓN:
Resulta difícil explicar todo el
alcance de la enorme transformación que ha supuesto la obra de Nathalie
Sarraute. En referencia a lo volátil de las palabras del lenguaje hablado,
denominaré «interlocución» el material con el que ella trabaja, con el fin de
establecer una comparación con lo que los lingüistas llaman «locución». Con la
palabra interlocución, rara vez usada en lingüística, me refiero a todo lo que
ocurre entre las personas cuando hablan. A diferencia de los lingüistas, que
sólo tienen un punto de vista anatómico del lenguaje, el punto de vista de la
novela no tiene que imponerse límites a sí mismo, porque puede recoger, en un
simple movimiento, causas, efectos y actores.
El lenguaje existe como ese lugar
común en el que uno puede mostrarse libremente, de una vez, por medio de las
palabras, y pone al alcance de los otros esa misma posibilidad, sin la cual no
habría sentido.
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