domingo, 27 de abril de 2014

EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL Y OTROS ENSAYOS

GLOSARIO

GLOSARIO

     1.     Asir: Coger con fuerza, especialmente con la mano.

     2.     Avatar: Situación o vicisitud contraria a la buena marcha de algo.

   3.  Bascula: Variar una persona alternativamente la manera de pensar o sentir o la situación en que se encuentra.

     4.     Diacrónico: Estudio de una ciencia o un fenómeno concreto en su evolución y transformación a través del tiempo.

    5.      Eunuco: Hombre castrado, específicamente el que cuidaba de las mujeres en los harenes.

    6.     Fetiche: Objeto material, de culto supersticioso en algunos pueblos, que es venerado como un ídolo.

    7.      Instigada: Incitar, inducir a alguien a hacer algo.

    8.       Linaje: Conjunto de los antepasados o descendientes de una persona o de una familia.

    9.       Neologismo: Vocablo, acepción o giro nuevo en una lengua.

    10.   Preconiza: Encomiar, tributar elogios públicamente a alguien o algo.

   11.   Plusvalía: Aumento del valor de una cosa, especialmente terrenos o valores inmobiliarios, sin que se produzcan cambios en ella.

    12.   Retórica: Arte y técnica de hablar y escribir con eficacia y corrección para lograr convencer al público o lector, provocar en él un sentimiento determinado o deleitarlo.

   13.   Semiología: Es la disciplina que estudia el signo y aborda la interpretación y producción del sentido, pero no trata el significado, ni las denominaciones, incluyendo en estas las verbales y las no verbales.

   14.   Sexuación: Es el conjunto de fases biológicas y psicológicas que contribuyen a la caracterización de la sexualidad de los individuos de una especie, tanto su sexo genético, biológico y fisiológico como su sexo psicológico o identidad sexual y su "sexo objeto" u orientación sexual.


   15Sumisión: Sometimiento, acatamiento o subordinación.

EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL Y OTROS ENSAYOS

EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL
Y OTROS ENSAYOS


INTRODUCCIÓN:

La heterosexualidad no como una institución sino como un régimen político que se basa en la sumisión y la apropiación de las mujeres.
  • ·      Mathieu, fue la primera en concebir a las mujeres en las ciencias sociales como una entidad sociológica y antropológica, es decir, no como un apéndice de los hombres, sino como un grupo propio.
  • ·        Delphy, acuñó la expresión «feminismo materialista».
  • ·    Guillaumin es más conocida por haber definido el doble aspecto de la opresión de las mujeres: la apropiación privada por un individuo (marido o padre) y la apropiación colectiva de todo un grupo.
  • ·         Tabet, con su trabajo sobre la antropología de los sexos, ha establecido el vínculo que existe entre las mujeres que son objeto de una apropiación colectiva.


LA CATEGORÍA DE SEXO:

La ideología de la diferencia sexual opera en nuestra cultura como una censura, en la medida en que oculta la oposición que existe en el plano social entre los hombres y las mujeres poniendo a la naturaleza como su causa. Masculino/femenino, macho/hembra son categorías que sirven para disimular el hecho de que las diferencias sociales implican siempre un orden económico, político e ideológico.
El destino de las mujeres es aportar tres cuartas partes del trabajo en la sociedad, trabajo al que hay que añadir el trabajo corporal de la reproducción según la tasa preestablecida de la demografía. Ser asesinada y mutilada, ser torturada y maltratada física y mentalmente; ser violada, ser golpeada y ser forzada a casarse, éste es el destino de las mujeres. Las mujeres no saben que están totalmente dominadas por los hombres, y cuando lo admiten, «casi no pueden creerlo». Los hombres saben perfectamente que dominan a las mujeres y han sido educados para hacerlo.
La dominación suministra a las mujeres un conjunto de hechos, de datos, de aprioris que, por muy discutibles que sean, forman una enorme construcción política, una prieta red que lo cubre todo, nuestros pensamientos, nuestros gestos, nuestros actos, nuestro trabajo, nuestras sensaciones, nuestras relaciones.
La categoría de sexo es una categoría política que funda la sociedad en cuanto heterosexual. establece como «natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a través de ella la mitad de la población —las mujeres— es «heterosexualizada» y sometida a una economía heterosexual.

Es el producto de la sociedad heterosexual, en la cual los hombres se apropian de la reproducción y la producción de las mujeres, así como de sus personas físicas por medio de un contrato que se llama contrato de matrimonio. El contrato que une a una mujer con un hombre es, en principio, un contrato de por vida, que sólo la ley puede romper (el divorcio). Asigna a la mujer ciertas obligaciones, incluyendo un trabajo no remunerado. Su trabajo (la casa, criar a los niños), así como sus obligaciones significan que la mujer, en cuanta persona física, pertenece a su marido.
El producto de la sociedad heterosexual que hace de la mitad de la población seres sexuales donde el sexo es una categoría de la cual las mujeres no pueden salir.
La categoría de sexo es la categoría que une a las mujeres porque ellas no pueden ser concebidas por fuera de esa categoría. Sólo ellas son sexo, el sexo, y se las ha convertido en sexo en su espíritu, su cuerpo, sus actos, sus gestos; incluso los asesinatos de que son objeto y los golpes que reciben son sexuales.
Sin duda la categoría de sexo apresa firmemente a las mujeres. Y es que la categoría de sexo es una categoría totalitaria que para probar su existencia tiene sus inquisidores, su justicia, sus tribunales, su conjunto de leyes, sus terrores, sus torturas, sus mutilaciones, sus ejecuciones, su policía. Es una categoría que determina la esclavitud de las mujeres, y actúa de forma muy precisa por medio de una operación de reducción.

NO SE NACE MUJER:

La opresión de las mujeres con un enfoque materialista y feminista, se destruye la idea de que las mujeres son un grupo natural, es decir, «un grupo racial de un tipo especial: un grupo concebido como natural un grupo de hombres considerado como materialmente específicos en sus cuerpos».
Una sociedad lesbiana revela pragmáticamente que esa separación de los hombres de que las mujeres han sido objeto, es política y muestra que hemos sido ideológicamente reconstruidas como un «grupo natural».
El matriarcado no es menos heterosexual que el patriarcado: sólo cambia el sexo del opresor. Además, esta concepción no sólo sigue asumiendo las categorías del sexo (mujer y hombre), sino que mantiene la idea de que la capacidad de dar a luz (o sea, la biología) es lo único que define a una mujer. Al admitir que hay una división «natural» entre mujeres y hombres, naturalizamos la historia, asumimos que «hombres» y «mujeres» siempre han existido y siempre existirán.
El embarazo como una producción forzada, sino como un proceso «natural», «biológico», olvidando que en nuestras sociedades la natalidad es planificada, olvidando que nosotras mismas somos programadas para producir niños, aunque es la única actividad social, «con la excepción de la guerra», que implica tanto peligro de muerte.
Tener una conciencia lesbiana supone no olvidar nunca hasta qué punto ser «la-mujer» era para nosotras algo «contra natura», algo limitador, totalmente opresivo y destructivo en los viejos tiempos anteriores al movimiento de liberación de las mujeres.
Una lesbiana debe ser cualquier otra cosa, una no-mujer, un no-hombre, un producto de la sociedad y no de la «naturaleza», porque no hay «naturaleza» en la sociedad.
Rechazar convertirse en heterosexual ha significado siempre, conscientemente o no, negarse a convertirse en una mujer, o en un hombre. Feminismo contiene la palabra «fémina» («mujer»), y significa: alguien que lucha por las mujeres.  Elegimos llamarnos «feministas» hace diez años, no para apoyar o fortalecer el mito de la mujer, ni para identificarnos con la definición que el opresor hace de nosotras, sino para afirmar que nuestro movimiento tiene una historia y para subrayar el lazo político con el primer movimiento feminista. Las mujeres empezaron a luchar por sí mismas como un grupo y consideraron acertadamente que compartían aspectos de opresión comunes.
La «mujer» no es cada una de nosotras, sino una construcción política e ideológica que niega a «las mujeres» (el producto de una relación de explotación). «La-mujer» existe para confundirnos, para ocultar la realidad de «las mujeres».
Para las mujeres, el marxismo tuvo dos consecuencias. Les hizo imposible tomar conciencia de que eran una clase y por lo tanto les impidió constituirse como clase durante mucho tiempo, dejando la relación «mujeres/hombres» fuera del orden social, haciendo de ella una relación «natural» —sin duda, la única relación vista de esta manera por los marxistas, junto con la relación entre mujeres e hijos—, y ocultando finalmente el conflicto de clase entre hombres y mujeres tras una división natural del trabajo.
El lesbianismo ofrece, de momento, la única forma social en la cual podemos vivir libremente. Además, lesbiana es el único concepto que conozco que está más allá de las categorías de sexo (mujer y hombre), pues el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer ni económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente. Lo que constituye a una mujer es una relación social específica con un hombre, una relación que hemos llamado servidumbre, una relación que implica obligaciones personales y físicas y también económicas («asignación de residencia», trabajos domésticos, deberes conyugales, producción ilimitada de hijos, etc.), una relación de la cual las lesbianas escapan cuando rechazan volverse o seguir siendo heterosexuales.
Nuestra supervivencia exige que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a destruir esa clase las mujeres con la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto sólo puede lograrse por medio de la destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres, un sistema que produce el cuerpo de doctrinas de la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión.

EL PENSAMIENTO HETEROSEXUAL:

Estos últimos años, en París, la cuestión del lenguaje como fenómeno ha dominado los sistemas teóricos modernos, las ciencias llamadas humanas, y ha penetrado en las discusiones políticas de los movimientos de lesbianas y de liberación de las mujeres. La lingüística engendra la semiología y la lingüística estructural, la lingüística estructural engendra el estructuralismo, el cual engendra el Inconsciente Estructural.
El lenguaje simbólico es extremadamente pobre y esencialmente lagunar, los lenguajes o metalenguajes que lo interpretan se desarrollan, cada uno de ellos, con un fasto, una riqueza. Todos estos testimonios subrayan el sentido político que reviste en la sociedad heterosexual actual la imposibilidad de comunicar —de otro modo que no sea con un psicoanalista— que tienen las lesbianas, los hombres gay y las mujeres.
Los discursos que nos oprimen muy en particular a las lesbianas, mujeres y a los hombres homosexuales dan por sentado que lo que funda la sociedad, cualquier sociedad, es la heterosexualidad. Estos discursos de heterosexualidad nos oprimen en la medida en que nos niegan toda posibilidad de hablar si no es en sus propios términos y todo aquello que los pone en cuestión es enseguida considerado como «primario».
El discurso pornográfico forma parte de las estrategias de violencia que se ejercen sobre nuestro entorno, humilla, degrada, es un crimen contra nuestra «humanidad». Si los discursos de los sistemas teóricos modernos y de las ciencias humanas ejercen un poder sobre nosotras es porque trabajan con conceptos que nos tocan muy de cerca.
Las categorías de las que se trata funcionan como conceptos primitivos en un conglomerado de toda suerte de disciplinas, teorías, ideas preconcebidas, que yo llamaría «el pensamiento heterosexual». Se trata de «mujer», «hombre», «sexo», «diferencia» y de toda la serie de conceptos que están afectados por este mareaje, incluidos algunos tales como «historia», «cultura» y «real».
El pensamiento heterosexual se entrega a una interpretación totalizadora a la vez de la historia, de la realidad social, de la cultura, del lenguaje y de todos los fenómenos subjetivos. Es incapaz de concebir una cultura, una sociedad, en la que la heterosexualidad no ordenara no sólo todas las relaciones humanas, sino su producción de conceptos al mismo tiempo que todos los procesos que escapan a la conciencia.
El lesbianismo, la homosexualidad, y las sociedades que podemos crear, no pueden ser pensados o enunciados, aunque siempre hayan existido. De este modo, el pensamiento heterosexual continúa afirmando que el incesto, y no la homosexualidad, representa su mayor prohibición. Igualmente, cuando el pensamiento heterosexual piensa la homosexualidad, ésta no es nada más que heterosexualidad.
Los mitos heterosexuales es un sistema de signos que utiliza figuras de discurso y, por tanto, puede ser estudiado políticamente desde la ciencia de nuestra opresión; «sabemos- que-era-esclavitud» es la dinámica que introduce la diacronía de la historia en el discurso fijado de las esencias eternas.
Las lesbianas, por un cambio de perspectiva, y sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres porque «la-mujer» no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres.

A PROPÓSITO DEL CONTRATO SOCIAL:

En la ideología alemana afirman que la clase proletaria, en función de sus relaciones con la producción y el trabajo, sólo puede confrontar el orden social en masa, como un todo, y que no tiene otra opción que acabar con el estado. Según ellos, el término «contrato social», en la medida en que implica una idea de elección individual y de asociación voluntaria, puede aplicarse a los siervos. En efecto, durante varios siglos se fueron liberando a sí mismos, uno a uno, huyendo de la tierra a la que estaban vinculados.
Rousseau desarrolló la idea de contrato social, la historia lo dio por caduco, las mujeres son una clase que está estructurada de forma muy similar a como lo estaba la clase de los siervos.
La estructura de nuestra clase toda entera en términos mundiales es por esencia feudal, y manüene codo con codo, y en las mismas personas, formas de producción y de explotación que son a la vez capitalistas y precapitalistas.
La cuestión general del contrato social es un problema filosófico siempre actual en la medida en que comprende todas las actividades humanas, las relaciones, el pensamiento, hasta el punto de que «la humanidad ha nacido libre se encuentra en todas partes encadenada» (Rousseau). La promesa del contrato social de realizarse por el bien de todos y cada uno puede todavía ser objeto de examen filosófico y, al no haberse culminado históricamente, guarda aún su dimensión utópica. La cuestión del contrato social en los propios términos de Rousseau dista mucho de estar obsoleta, dado que en lo que se refiere a su dimensión filosófica nunca fue desarrollada.
La noción de «contrato social» es una noción de filosofía política, la idea abstracta de que hay un pacto, un convenio, un acuerdo entre los individuos y el orden social. Eran aprendices de legisladores y de gobernantes. Reflexionaron sobre el mejor gobierno y la ciudad ideal.
La iniciativa de las mujeres de este equipo dio lugar al nacimiento de una de las primeras escisiones del movimiento de liberación de las mujeres, instigada por personas todas ellas muy cercanas al «trono». Para Aristóteles, la sociedad nunca podía establecerse con el acuerdo de sus miembros y para su bienestar.
Según Rousseau, el contrato social es la suma de una serie de convenciones fundamentales que «aunque nunca han sido enunciadas formalmente, están sin embargo implícitas en el hecho de vivir en sociedad». El contrato social se basará en nuestra acción y en nuestras palabras, incluso si nos atenemos a lo que dijo Rousseau: «Yo nací ciudadano de un estado libre y el derecho mismo de votar me impone el deber de instruirme en los asuntos públicos aunque mi voz pueda no tener demasiada influencia en ellos». Contrato social y de heterosexualidad son dos nociones que se superponen. El contrato social del que estoy hablando es la heterosexualidad.
Lévi-Strauss ha descrito el proceso del intercambio de las mujeres y cómo funciona, ha esbozado para nosotros el contrato social a grandes rasgos, pero en verdad un contrato social en el que las mujeres son excluidas, un contrato social entre los hombres. Para Lévi-Strauss, la sociedad no puede funcionar o existir sin este intercambio. Al plantear esto, muestra la heterosexualidad no sólo como una institución, sino como el contrato social, como un régimen político.
La heterosexualidad, cuyas características aparecen y después desaparecen cuando el pensamiento trata de aprehenderlas, es visible y obvia en las categorías del contrato heterosexual. Una de estas categorías que intenté deconstruir en un corto ensayo es la categoría de sexo. La categoría de sexo es la categoría que establece como «natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a través de ella la mitad de la población —las mujeres— es «heterosexualizada».
Las mujeres sólo pueden entrar en el contrato social (es decir, uno nuevo) escapando de su clase, incluso si tienen que hacerlo como esclavas fugitivas, una por una. Ya lo estamos haciendo. Las lesbianas somos desertoras, esclavas fugitivas; las esposas desertoras están en la misma situación y existen en todos los países porque el régimen político de la heterosexualidad está presente en todas las culturas. Así, romper con el contrato social heterosexual es una necesidad para quienes no lo asumimos.

HOMO SUM:

Todos tenemos una idea abstracta de lo que quiere decir «humano », aunque lo que denominamos «humano» es siempre del orden de lo potencial, de lo posible, de aquello que no ha sido aún realizado. Aquello que ha sido considerado hasta ahora como «humano» en nuestra filosofía occidental sólo se refiere a una minoría de personas. Cuando consideramos lo potencial y lo virtual de lo humano, de forma abstracta, desde un punto de vista filosófico, para ver claro tenemos que hacerlo desde un punto de vista oblicuo.
La teoría del conflicto que han generado estos «anacronismos» podría describirse como un paradigma de opresión transversal a todas las «clases» marxistas. Estos anacronismos no podían ser objeto de una interpretación exclusivamente económica, es decir: en términos de estricta apropiación de la plusvalía en un contexto social donde cada uno es igual en derecho, pero en el cual los capitalistas, dado que poseen los medios de producción, pueden apropiarse de la mayor parte de la producción y del trabajo de los proletarios, ya que éstos producen un valor que puede ser intercambiado por dinero y colocado en el mercado.
Desde un punto de vista lesbiano, político y filosófico, cuando se reflexiona sobre la situación de las mujeres en la historia, debemos preguntarnos sobre la dialéctica remontándonos más allá de la dialéctica hegeliana.
Para nosotras la necesidad de cuestionar la dialéctica supone realizar una «dialectización» de la dialéctica. Es fundamental prestar atención a este proceso que se dio en la historia de la filosofía.
Marx tenía la intención de elaborar una inversión de la dialéctica de Hegel. La etapa siguiente para Marx consistía en mostrar que categorías dialécticas como el Uno, el Otro, el Amo y el Esclavo, no son eternas, y que no tienen nada de metafísico o de esencial, sino que deben ser leídas y comprendidas en términos históricos.
Lo que se ha producido en la historia durante todas las revoluciones que hemos conocido es que el Otro (una categoría de otros) ha tomado el lugar del Uno y, a continuación, ha dominado a enormes grupos de personas oprimidas cuya suerte es convertirse en el Otro de los ex-otros. Según la dialéctica marxista, el papel de la burguesía es —por medio de su fracción revolucionaria— abolirse y aniquilarse a través de la destrucción de las clases económicas, para fundirse con el proletariado.
Ni el Pensamiento del Otro, ni el Pensamiento de la Diferencia deberían ser aceptables para nosotras, porque «nada de lo que es humano es ajeno» para el Uno o para el Otro. Hay una continuidad en su realidad, una continuidad en la cual la abstracción actúa con fuerza sobre lo material y forma tanto el cuerpo como el espíritu de aquellos a quienes oprime.
EL PUNTO DE VISTA: ¿UNIVERSAL O PARTICULAR?
Para empezar, es preciso decir que no existe la «escritura femenina ». Utilizar y propagar esta expresión supone cometer un grave error: ¿en qué consiste ese «femenino» de la «escritura femenina»? Está ahí para la Mujer. Supone mezclar una práctica con un mito, el mito de «la-mujer». La «Mujer» no puede asociarse con la escritura porque la «Mujer» es una formación imaginaria y no una realidad concreta, es esa antigua marca al rojo vivo que el enemigo mantiene alzada, como un trofeo encontrado y conquistado tras una dura lucha. La «escritura femenina» es la metáfora naturalista del hecho político brutal de la dominación de las mujeres y como tal alimenta el aparato con el que avanza la «feminidad». La «escritura» es capturada por la metáfora en la «escritura femenina» y ello esconde un trabajo y una producción  que está en proceso, porque «escritura» y «femenino» se asocian para designar una especie de producción biológica particular de la Mujer, un La (nueva) feminidad, la escritura femenina, el elogio de la diferencia, suponen un retroceso respecto a una corriente política2 comprometida desde hace mucho en el cuestionamiento de las categorías de sexo, esos dos grandes  ejes de categorización para la filosofía y las ciencias humanas a secreción natural de la Mujer.
El género es el indicador lingüístico de la oposición política entre los sexos. Género es aquí utilizado en singular porque, en efecto, no hay dos géneros, sino uno: el femenino, el «masculino» no es un género. Porque lo masculino no es lo masculino sino lo general.

EL CABALLO DE TROYA:

Al principio, a los troyanos les resulta extraño este caballo de madera, sin color preciso, enorme, bárbaro. Se eleva hacia el cielo como una montaña. El caballo construido por los griegos es sin duda también un caballo para los troyanos, aunque aún lo observen con inquietud.
Una obra literaria puede funcionar como una máquina de guerra en el contexto de su época, no me estoy refiriendo a la literatura comprometida. La literatura comprometida, como la escritura femenina, son formaciones míticas y, como tales, funcionan como mitos en el sentido que Barthes ha dado a esta palabra. Cuando se habla de literatura, se deben tener en cuenta todos los elementos que entran en juego. El trabajo literario no puede ser influido directamente por la historia, la política y la ideología, porque estos dos campos pertenecen a sistemas de signos paralelos, a sistemas de signos que funcionan de forma diferente en el cuerpo social y que utilizan el lenguaje de una forma diferente. Cuando se trata del lenguaje, nos enfrentamos a una serie de fenómenos cuya característica principal es que son totalmente heterogéneos. La primera heterogeneidad que encontramos, irreductible, se refiere al lenguaje y a su relación con la realidad.
Las palabras yacen como un material bruto a disposición del escritor como la arcilla está disponible para el escultor. Cada una de las palabras es como el caballo de Troya. Son cosas, cosas materiales, y al mismo tiempo tienen un sentido.
Shklovsky, la tarea del escritor es recrear la primera visión de las cosas en su potencia, a diferencia del banal reconocimiento que se hace todos los días. Lo que el escritor recrea es una visión, pero no la de las cosas, sino más bien la de la primera visión de las palabras, en su potencia. El lenguaje no es considerado como ejercicio directo del poder. En esta concepción, el lenguaje, como el arte, forma parte de la llamada superestructura. Ambos son incluidos en la ideología, y como tales sólo expresan «las ideas» de la clase dominante.
La literatura nos enseña algo que es útil en cualquier otro campo: cuando las palabras trabajan, la forma y el contenido no pueden ser separados porque dependen de la misma forma, la forma de la palabra, una forma material. La universalización de cada punto de vista exige una particular atención a los elementos formales que pueden quedar abiertos a la historia, como los temas, los sujetos de la narración, así como la forma global de la obra. El intento de universalización del punto de vista es lo que determina que una obra literaria llegue a transformarse o no en una máquina de guerra.

LA MARCA DEL GÉNERO:

Para los lingüistas, la marca del género concierne a los sustantivos, cuando hablan del género como de un «sexo ficticio». El «sexo ficticio» de los nombres o su género neutro no son más que desarrollos accidentales de este principio básico, y como tales son relativamente inofensivos. La manifestación del género que es idéntica tanto en inglés como en francés se da en la dimensión de la persona.
Los filósofos los consideran imprescindibles para razonar y son para ellos conceptos a priori, que existen en la naturaleza antes de todo pensamiento, de todo orden social. De modo que llaman género a la delegación léxica «de los seres naturales», a su símbolo. Conscientes de que la noción de género no es tan inofensiva como parece, las feministas americanas utilizan el género como una categoría sociológica, poniendo de relieve que no hay nada de natural en esta noción, ya que los sexos han sido construidos artificialmente, son categorías políticas, categorías de opresión. El género es el indicador lingüístico de la oposición política entre los sexos y de la dominación de las mujeres. Al igual que el sexo, el hombre y la mujer, el género, como concepto, es un instrumento que sirve para constituir el discurso político del contrato social como heterosexual.
Al género, no sólo es importante separar de la gramática y de la lingüística una categoría sociológica que no osa decir su nombre: es también muy importante considerar cómo funciona el género en el lenguaje, cómo el género actúa sobre el lenguaje, antes incluso de considerar cómo actúa sobre quienes lo utilizan. El género se inscribe en una categoría del lenguaje que es totalmente diferente a cualquier otra y que se llama el pronombre personal.
El género no se reduce a la tercera persona, y la mención del sexo en el lenguaje no es un tratamiento reservado para la tercera persona. El sexo, bajo el nombre de género, afecta a todo el cuerpo del lenguaje y fuerza a cada hablante, si pertenece al sexo oprimido, a proclamarlo en su discurso, es decir, a aparecer en el lenguaje con la propia forma física (ella) y no con una forma abstracta, forma que cualquier hablante varón tiene el derecho incuestionable de utilizar.
El lenguaje en su conjunto da a cada uno el mismo poder de llegar a ser un sujeto absoluto por medio de su uso. Pero el género, un elemento del lenguaje, funciona por encima de ese hecho ontológico para anularlo en el caso de las mujeres, supone un constante intento de separarlas de lo más preciado para un ser humano, la subjetividad. El género es una imposibilidad ontológica porque pretende llevar a cabo la división del Ser. La imposición del género, que actúa como una negación en cuanto uno habla, es quitar a las mujeres la autoridad de hablar, y forzarlas a hacer su aparición al modo de los cangrejos, particularizándose a sí mismas y disculpándose continuamente. Cada vez que digo «yo», reorganizo el mundo desde mi punto de vista y por medio de la abstracción que pretendo universalizar. El «yo» se convierte en algo tan potente en El cuerpo lesbiano que puede atacar el orden heterosexual en los textos, y abordar eso que llaman el amor, los héroes del amor, y lesbianizarlos, lesbianizar los símbolos, lesbianizar los dioses y las diosas, lesbianizar a los hombres y a las mujeres.

EL LUGAR DE LA ACCIÓN:

Resulta difícil explicar todo el alcance de la enorme transformación que ha supuesto la obra de Nathalie Sarraute. En referencia a lo volátil de las palabras del lenguaje hablado, denominaré «interlocución» el material con el que ella trabaja, con el fin de establecer una comparación con lo que los lingüistas llaman «locución». Con la palabra interlocución, rara vez usada en lingüística, me refiero a todo lo que ocurre entre las personas cuando hablan. A diferencia de los lingüistas, que sólo tienen un punto de vista anatómico del lenguaje, el punto de vista de la novela no tiene que imponerse límites a sí mismo, porque puede recoger, en un simple movimiento, causas, efectos y actores.
El lenguaje existe como ese lugar común en el que uno puede mostrarse libremente, de una vez, por medio de las palabras, y pone al alcance de los otros esa misma posibilidad, sin la cual no habría sentido.


viernes, 25 de abril de 2014

COMENTARIO

COMENTARIO



Cuando escucho el término "hacerse hombre", me hago a la idea de una serie de enseñanzas que la sociedad le impone al hombre, poniéndole un prototipo de hombre en la cual tiene que ser copiado por el joven tal y como la sociedad lo ha establecido.

El hogar, es el primer lugar donde los niños reciben sus primeras enseñanzas sobre cómo hacerse hombres, adquiriendo una serie de privilegios.

El ser hombre significa muchas veces tener que reprimirse de expresar sus sentimientos libremente, porque simplemente eso no es para hombres o tener que cumplir con ciertas actitudes que están establecidas como "normales" y buenas con el hecho de tener muchas parejas sexuales  porque eso da la idea de ser más hombre.


Los grupos de amigos cumplen un papel importante en la formación de la identidad sexual en los hombres, ya que son ellos que influyen positiva o negativamente en ellos. La mayoría de veces es negativa, ya que por recibir la aceptación de grupo, la mayoría de jóvenes imitan ciertas actitudes, sabiendo muchas veces que no es lo correcto y mucho más cuando no quiere hacerlo.

HACERSE HOMBRE: ALGUNAS REFLEXIONES DESDE LA MASCULINIDADES

Glosario

GLOSARIO

  1.Abyecto: Despreciable, vil en extremo. Dícese de la persona que comete actos despreciables.

     2.    Alardeo: Mostrar o exhibir con vanidad una cualidad u otra cosa, aunque no constituya un mérito. Hacer ostentación de alguna cosa o presumir públicamente de algo.

     3.    Constreñir: Obligar, precisar, compeler por fuerza a alguien a que haga y ejecute algo.

   4.  Etáreo: Son clasificaciones arbitrarias donde se define el rango de edad según las necesidades de la información que se muestra.
Por ejemplo el grupo etario de los niños es de neonatos 0-30 días, lactantes 1-6 meses, infantes 6-24 meses, preescolares 2-5 años, escolares 6-12 años y así.
    
    5.    Etnografía: Método de investigación que consiste en observar las prácticas culturales de los grupos sociales y poder participar en ellos para así poder contrastar lo que la gente dice y lo que hace porque a nadie de los que leen esto le importa.

    6.   Hegemonía: Dominio de una entidad sobre otras de igual tipo. Se puede aplicar a diversas situaciones con el mismo significado: un bloque de naciones puede tener hegemonía gracias a su mayor potencial económico, militar o político, y ejerce esa hegemonía sobre otras poblaciones, aunque estas no la deseen.

       7.    Monolítico: Inconmovible, rígido, inflexible.

    8. Permea: Dicho de una idea o de una doctrina: Penetrar en algo o en alguien, y más específicamente en un grupo social.

      9.   Proeza: Hazaña, valentía o acción valerosa.

     10.  Profilaxis: Preservación de la enfermedad.


   11. Reificación: Es la concepción de una abstracción u objeto como si fuera humano o poseyera vida y habilidades humanas; también se refiere a la reificación o cosificación de las relaciones sociales.

   Referencias:

  •       http://www.wordreference.com/
  •       http://es.thefreedictionary.com/
  •       http://www.rae.es/

      


HACERSE HOMBRE: ALGUNAS REFLEXIONES DESDE LA MASCULINIDADES

HACERSE HOMBRE: ALGUNAS REFLEXIONES DESDE LA MASCULINIDADES

Introducción:

La categoría género es una construcción y sistema social de relaciones que se constituye a partir de la simbolización cultural de las diferencias anatómicas entre varones y mujeres, y las relaciones entre ambos. La interacción social mujeres-varones configura esta dimensión relacional de género a partir de la cual se originan las identidades de género, que se perciben como femeninas o masculinas, generándose atribuciones y expectativas sociales y culturales de desempeño de papeles o roles de género.
El género se constituye en una realidad objetiva y subjetiva en la vida de los sujetos. Esta realidad no requiere justificación para tener existencia en la vida social pues se mantiene por estructuras sociales y culturales así como por ideologías inscritas en los cuerpos y en las mentes de las personas.
La masculinidad es una colección de normas y significados que cambian constantemente en el contexto de relaciones inter- género (hombres y mujeres) e intra- género (entre hombres). Hay dos elementos fundamentales en el estudio de las masculinidades: la pluralidad y las jerarquías entre versiones de ser hombre.
La pluralidad, nos muestra que hay muchas formas de ser hombres, lo cual varía entre culturas y sociedades, pero también dentro de un mismo grupo humano.

1. El camino a hacerse hombre:
Estudios etnográficos muestran una serie de rituales como la tolerancia al dolor está presente, ceremonias colectivas de circuncisión hasta la llamada pedagogía homosexual, en la que se pasa de la niñez a la adultez a través de prácticas sexuales con otros varones adultos de la comunidad que actúan como “pedagogos” de estos jóvenes en su camino a hacerse hombres.
Las representaciones sociales de la identidad de género y de la identidad sexual empiezan a ser internalizadas con las vivencias más tempranas de la niñez, la constitución de la identidad de género adquiere estabilidad a través de la actuación y el repudio. Mediante la actuación, los sujetos actualizan los modelos culturales de ser varón o mujer, y dan realidad a las identidades de género. El repudio nos remite a la fijación del género en cada sujeto a través de todo aquello que no se debe ser o hacer, de lo abyecto, límite en el que el individuo pierde su condición de tal.
El comando social instaurado en diferentes contextos culturales para que los varones no expresen emociones consideradas femeninas como el miedo o la duda, ni ciertas formas de intimidad con otros varones que podrían poner en duda su heterosexualidad. Los varones aprenden que la amistad con mujeres es imposible debido al supuesto irrefrenable impulso sexual masculino.
La masculinidad hegemónica es una representación ideal de ser hombre, en torno a la cual los varones construyen su identidad de género.  Connell y Messerschmidt señalan, la masculinidad hegemónica actúa como una aspiración en lugar de ser una realidad en la vida de los hombres. Crea la imagen de un “hombre de verdad”, alguien que está por encima no sólo de mujeres sino también de otros hombres, es decir, un ideal de identidad que funciona como identidad de fachada más que como algo real.
La constitución de la masculinidad, alcanza a través de intercambios de experiencias como la demostración de fuerza física o la intensa actividad sexual.
En un modelo dado de relaciones de género es un proceso que implica cuatro dimensiones:
·         Hegemonía, por la cual, en un momento histórico dado, una forma de masculinidad se acepta como el comportamiento socialmente valorado por sobre las otras.
·         Subordinación, en la que las masculinidades heterosexuales oprimen y convierten en ilegítimas y repudiadas las masculinidades homosexuales.
·         Complicidad, al no poder cumplir todos los varones con los imperativos del modelo hegemónico, se establecen “alianzas” entre ellos para sostener la subordinación de la mujer.
·         Marginación, en la que se cruzan otros aspectos como clase social o raza para producir la exclusión de grupos como minorías raciales o migrantes indocumentados.
Ser hombre es vivido más como un imperativo que como una realidad ganada, el “eterno masculino”, inmutable y monolítico, se ve resquebrajado por los esfuerzos que los hombres tienen que invertir para lograr su adscripción constante como hombres en todos los ámbitos de su vida social.

2. La casa y la calle en los procesos de hacerse hombre:
El espacio doméstico provee los primeros mensajes de masculinidad y sexualidad y es ahí donde se sientan las bases para la constitución de las identidades de los sujetos.
Matta, en este espacio hay un mayor control de las relaciones sociales, mayor intimidad y menor distancia social. La casa es el espacio de la familia, donde los integrantes se perciben como “mi gente”, los “míos”, otorgando una identidad al grupo familiar. Ser hombre es algo “natural”, pero que al mismo tiempo tiene que obtenerse en torno a pruebas e ideales de actuación. Estas pruebas se convierten en imperativos de masculinidad y sexualidad hegemónicas, en desempeños considerados masculinos y heterosexuales.
Los hombres aprenden que hay imperativos a lograr: la protección, la provisión, la responsabilidad, la honestidad, la disciplina, el trabajo, entre otros, los cuales, al ingresar a otros espacios de socialización, se refuerzan o entran en conflicto, ocasionando tensiones que los varones tendrán que resolver para la constitución de sus identidades. La mayoría de varones latinoamericanos, jóvenes y adultos, heterosexuales, bisexuales y homosexuales que he entrevistado en estos años señalan que la sexualidad era un tema ausente en sus familias, el famoso “de eso no se habla” es la constante que atraviesa incluso la variable socioeconómica en esta dinámica que algunos autores llaman la cultura del silencio. La dimensión placentera de la sexualidad está ausente en estos discursos familiares.
Aunque pareciera que, en general, existe mayor apertura a discutir temas de diversidad sexual y género en escuelas mixtas que en aquellas de solo hombres, la mera condición de escuela mixta no asegura necesariamente menor rigidez de los modelos tradicionales de género y sexualidad.
La importancia mayor del colegio en la constitución de representaciones sobre sexualidad y masculinidad son, por retomar el segundo grupo y escenario, sin duda, las y los compañeros de clase. En este sentido, el colegio para algunos entrevistados es una prolongación de los espacios de amistad que tienen con pares del barrio, y para otros, aquellos que no tenían un grupo de pares en el barrio, se convierte en el primer espacio de interacción y creación de un grupo de amigos, con los que en última instancia se comparte el proceso de construir su masculinidad y sexualidad, lejos de los socializadores mayores.

3. El grupo de pares y los rituales de la masculinidad:

El grupo de pares está conformado por un grupo de amigos del mismo rango etáreo y posibilita el inicio de relaciones más democráticas que las existentes entre padres e hijos. Estas relaciones están basadas en amistad y empatía más igualitarias, con interacciones entre los sujetos en los que se pueden sopesar y cuestionar las reglas de conducta “naturalizadas” en el espacio familiar. La importancia del grupo de pares en las sociedades occidentales modernas en la formación y comportamiento de los niños y adolescentes varones al separarlos del ámbito familiar, radica en introducirlos de lleno en los ámbitos masculinos por excelencia: la calle y el espacio público.
En el grupo de pares donde se consolidan los límites y fronteras de la identidad masculina, a través de la actualización de gestos rituales de masculinidad y sexualidad, que funcionan como modelos ritualizados, ambiguos, arbitrarios, repetitivos y socialmente provocados, y que buscan configurar este orden social a través del pasaje obligatorio de adolescentes y jóvenes por ciertas pruebas que aseguren su pertenencia al grupo.
Estos gestos rituales buscan y sirven para separar a los “normales” de los “fronterizos”, en base a una pedagogía de modelos de masculinidad y sexualidad, construida sobre anécdotas, bromas o historias que norman lo que el “verdadero hombre” debe ser capaz de soportar ante la amenaza y el riesgo constante de asemejarse o “convertirse” en “aniñado”, mujer o “maricón”.
La relación compleja de homoerotismo y homofobia evidencia el precio de la masculinidad y la sexualidad hegemónicas como una constante vigilancia de las emociones y de los gestos del propio cuerpo. Lo interesante de gestos rituales homoeróticos es su ambigüedad interna, pues los varones que hacen la broma son también potenciales “maricones” pues podrían ser “comidos” por otros varones en este juego de reafirmación de las fronteras de la masculinidad y heterosexualidad.
Niños, adolescentes y hombres adultos aprenden que para convertirse en hombres tienen que rechazar y repudiar la feminidad y la homosexualidad. En este sentido, la masculinidad se construye a través del rechazo de estas dos fronteras que son del dominio de lo abyecto. La heterosexualidad es central en la producción de masculinidad en las sociedades occidentales pues a través de las relaciones heterosexuales los hombres ganan respeto y status en sus grupos sociales, se practica y ejerce a través de estos guiones de género y guiones sexuales. Varones y mujeres son socializados bajo un solo supuesto: la heterosexualidad, la cual se presenta como la única realidad posible e inevitable. La sexualidad heterosexual se instaura en el grupo en torno al fantasma normativo de la homosexualidad, cuya versión pasiva, se constituye en la última frontera de la masculinidad.
Homofobia y homoerotismo son aspectos fundamentales de los espacios homosociales en grupos de varones heterosexuales. La homosocialidad, entendida como relaciones sociales entre personas del mismo sexo sin objetivo sexual o romántico facilita los lazos entre hombres a través de la exclusión de mujeres y de los hombres no considerados masculinos.
El alardeo sexual es central en la constitución de la identidad de género de varones latinoamericanos. A través de estos gestos rituales de masculinidad se instaura una doble moral para una sexualidad que se vive con la novia formal o estable y otra sexualidad para con las parejas ocasionales. Para muchos varones latinoamericanos, la novia formal se considera objeto de respeto y lo que se hace con ella no se habla. El imperativo de demostrar una sexualidad heterosexual presupone la actuación de dos mecanismos básicos: confirmación de la heterosexualidad y el debut sexual, en los que se representan ciertos gestos rituales de sexualidad y masculinidad hegemónicas.
Esta confirmación de la heterosexualidad descansa en un rito de iniciación que todos los varones deben pasar: el “debut” sexual,  es un hito en la identidad de género y en la identidad sexual de los varones pues es el certificado que asegura la heterosexualidad del varón en el grupo, que refuerza su masculinidad.

4. Discursos emergentes sobre masculinidad:
Los medios de comunicación, principalmente la televisión e Internet facilitan la transformación de relaciones sociales, discursos y prácticas. Los medios de comunicación producen y reproducen modelos de masculinidad que, en algunos casos, puede reforzar los discursos hegemónicos y, en otros, cuestionar estos ideales de actuación ofreciendo modelos y mensajes alternativos de masculinidad.
La autoimagen masculina para el cortejo y la conquista de parejas sexuales sufre un desplazamiento de imágenes de varones exentos de exigencias de cuidado estético, hacia varones preocupados por una imagen más cercana a la “metrosexualidad”. Estos discursos y prácticas emergentes nos alertan sobre la necesidad de considerar los cambios en las masculinidades y prestar atención a las tensiones entre versiones emergentes y hegemónicas de las mismas.

5. A modo de conclusiones:
Los adolescentes y varones aprenden desde muy temprana edad que la sexualidad masculina se constituye en torno a fronteras delimitadas que actúan como un repu-dio a lo que se considera dominio de lo abyecto, de aquello que un varón, para ser valorado como tal, no debe cruzar jamás: la feminidad y la homosexualidad pasiva. Mientras que algunos varones cumplen exitosamente las pruebas e imperativos de masculinidad y sexualidad hegemónicas; otros varones, en cambio, viven esta situación como pruebas inalcanzables y la amenaza en convertirlos en masculinidades fallidas.

Las masculinidades son creadas y recreadas a través de discursos y rituales que actúan como performances en la vida cotidiana de los sujetos. La masculinidad es algo que los niños y adolescentes tienen que ganar a través de pruebas y ritos de pasaje al “mundo de hombres” a través de la demostración de ciertos logros que demuestra la adquisición de una masculinidad valorada por su grupo social. La heterosexualidad normativa es central en la constitución de la masculinidad, pues independientemente de su orientación sexual, niños y adolescentes aprenden que ser hombre es demostrar gestos rituales que la confirmen. El alardeo sexual, gestos de violencia y la homofobia son centrales en este largo proceso de hacerse hombres. 

domingo, 20 de abril de 2014

COMENTARIO


COMENTARIO


La sexualidad es algo importante para el individuo, no solo ligada a la parte biológica, sino también a la parte emocional. Según el texto leído podemos ver como el tema sexualidad ha vencido evolucionando en el tiempo. 

Como antiguamente se privaba el uso correcto de la sexualidad, unos decían que era un ritual, otros que eran pecados llegándose a prohibir hasta tocarse uno mismos.

Cada uno de nosotros somos libres de expresar y vivir nuestra sexualidad sin necesitar que la sociedad ten ponga parámetros de cómo hacer o no hacer tal cosa.

Los padres entregan formación en sexualidad a sus hijos, desde la infancia o desde la adolescencia. Como guía o sólo labor de control. La función de la familia no sólo consiste en  lograr que su hijo se relacione con los demás y se integre de alguna manera a la sociedad. 

También es  su función,  dar formación integral, de tal manera que su hijo o hija desde antes de la adolescencia logre el análisis de cada situación que se le presenta, tome decisiones conscientes y asuma la responsabilidad de ellas.

La sociedad controla el comportamiento sexual a través de la expresión, de la opinión y de la especulación.




LA SEXUALIDAD Y EL VÍNCULO AMOROSO

LA SEXUALIDAD Y EL VÍNCULO AMOROSO

LA SEXUALIDAD Y EL VÍNCULO AMOROSO


La sexualidad ejerce en la vida corporal y psíquica de los sujetos humanos, por ello no debe ser entendida como una  manifestación instintiva si definimos el instinto, siguiendo a la etología, como una pauta genéticamente heredad de comportamiento propia de una especie animal, con pocas variaciones de un individuo a otro de la misma especie y desarrollada en una secuencia temporal poco susceptible de ser perturbada.
La sexualidad debe entenderse, como una manifestación de la pulsionalidad tal como lo destaca Freud en su obra, lo que le ha permitido descubrir la sexualidad infantil y su incidencia en el desarrollo psíquico normal y patológico.
El proceso instintual podríamos recurrir a los términos afines al concepto de pulsión como lo son la fuente, el empuje, el objetivo y el fin, comprendiendo que el proceso que lleva a la satisfacción de la necesidad instintiva tiene su fuente en desequilibrios orgánicos que generan un empuje, una tendencia hacia un objeto que es el que restablece el equilibrio somático, lo que constituye su fin.
Pulsión es un concepto cualificador porque indica que la pulsionalidad sexual en el hombre, a diferencia de otras especies animales, posibilita que no solo el objeto generador de placer puede cambiarse, sino que la direccionalidad sexual puede variar adquiriendo características singulares en cada individuo en función a la educación, proceso en el que tienen significativa importancia las dinámicas identificadoras, de manera  que la pulsión misma puede ser modificada cualitativamente y, por cierto, sin que el individuo y la especie humana desaparezcan.
El instinto, fundamento del impulso conductual animal, se organiza en función de la continuidad necesaria del objeto, continuidad que desde nuestras categorías subjetivas podemos aprehender por el desarrollo de la cualidad “consciencia”, sistema que posibilita el acceso al tiempo como dimensión.
Las pulsiones sexuales, al deslindarse del objeto cuya singularidad es reconstruida en las diferentes etapas evolutivas de la vida del hombre, están instaladas en un psiquismo cuya particularidad es transformar el tiempo.
La teleonomía, es la capacidad de estar dotado de un proyecto que se representa en sus estructuras y cumple en sus performances. La líbido, energía sexual, cuando es rescatada de la dinámica represiva lucha contra los poderes desorganizantes del dolor, la enfermedad, la muerte porque es el impulso subyacente de la capacidad  creativa de los hombres.

¿Por qué la sexualidad es tabú?
Creemos que una incógnita que anida en todos los seres humanos es el porqué de la repulsa individual y social hacia el deseo sexual y sus manifestaciones. Admitir que la pulsión sexual anida en las potenciales capacidades de socialización de los hombres conduciría a éstos a la elaboración de los deseos de poder, dirección de cuño infantil y narcisista cuyos escollos se observan diariamente en las contiendas entre los pueblos, entre distintas culturas, lidias que el psicoanálisis ha estudiado como el narcisismo de las pequeñas diferencias. El contacto con la historia de la humanidad nos muestra que las luchas que acontecen en la actualidad no son nada más que reediciones de otras similares ocurridas en el pasado obedeciendo a la dificultad que tiene el hombre de renunciar a lo que alguna vez, poseyó y que, capacidad simbólica mediante, reencuentra en otros objetos y situaciones que metaforizan aquellos originales que la cultura le obligó a abandonar. Así debido a la contingencia del objeto, es decir la posibilidad de sustituirlo por un representante, a veces se pierde la dimensión cualitativa de la metáfora que cualifica para transformarse en un símil del delirio alucinatorio.
Si aceptamos que la tarea del psicoanálisis es liberar el amor que se halla reprimido no negarnos la ambivalencia constitutiva del hombre, el amor – odio que subyace a toda conducta, sino reconociendo que el individuo se construye como tal en la relación con la sociedad, es un producto de ella y de su historia particular, lo que implica trascender el narcicismo original.
La vida mide por la perturbación, no por la quietud que es resultante del principio de nirvana. Vivir es transitar por la perturbación, entendido por ello todo lo que limita el equilibrio.



Distintas concepciones de la sexualidad

Han existido civilizaciones que honraban la experiencia sexual como el bien supremo de la vida y como vehículo místico en oposición a la concepción obscena y secreta que la cultura judeo-cristina ha condicionado. Divinidades como Astarte entre los fenicios, Cibeles entre los griegos, Rea entre los cretenses, eran símbolos inequívocos del deseo y goce sexual y además divinidades maternas, solo entendidas en su sentido generativo y protectorio, sin referencia a las prohibiciones morales conexas con el miedo al incesto.
En los ritos eróticos los jóvenes se unían al sacerdote o con el hombre que hubieran elegido y ello constituía un homenaje rendido a la diosa. Paralelamente las sacerdotisas se unían a los fieles de sexo masculino.
Los hombres libres de tabú sexofóbico no sólo concebían a la sexualidad como algo intrínsecamente divino y milagroso sino también como vehículo de experiencias milagroso sino también como vehículo de experiencias místicas, como una vía para llegar al éxtasis.
Las mujeres griegas no alcanzaron el estado de libertad y dignidad de las matronas romanas en la época imperial, su única tarea era procrear, en todo lo demás su actitud era pasiva y silenciosa. Los hombres de esa élite tan refinada y evolucionada no experimentaron la atracción psíquica y física que es necesaria para el desarrollo de un amor completo y profundo y ello dio lugar a la atracción amorosa hacia los jóvenes más hermosos del mismo sexo por los cuales en general sentían un amor espiritual. Las únicas mujeres que gozaban de un status y educación particular eran las heteras.
La cultura es entonces, la siguiente creativa que hace que los individuos se constituyan cada vez más como seres humanos; uno de cuyos condicionantes es la aceptación de que aquello que cada hombre define como realidad no es ni más ni menos que la más explicita manifestaciones.
La ética sexofóbica y su evolución
Al lado de la concepción sagrada del sexo encontramos una contraria que considera la unión de los cuerpos como una conducta pecaminosa, asociándola con la vergüenza, la culpa, la repugnancia y el miedo, es en este sentido –tal como postula De Marchi en el libro mencionado- que la designamos como ética sexofóbica.
Al internarnos en la historia de la cultura comprendemos que dichas concepciones no contribuyeron a la constitución de un individuo sino a la escisión de él. Un ejemplo de ello nos lo proporciona nuestra heredada moral tradicional, aun cuando poco a poco admite rever sus postulados aceptando, por ejemplo, el divorcio, el concubinato, las manifestaciones de homosexualidad.
La moral es, heredera de la tradición y es el justificativo teórico que utiliza la instancia prohibidora de la personalidad, el superyó, para imponer el sentimiento de culpabilidad y viabilizar la aplicación de una pena.
La ética es una cualidad del yo que se  desliga al abrigo de la conciencia de reciprocidad. La ética, a diferencia de la moral, es una virtud, y las virtudes describen la fortaleza del carácter que se adquiere en las experiencias vividas en relación con la alteridad, y no una caprichosa imposición que desconoce la capacidad racional y electiva que es característica de la humanidad como potencialidad a desarrollar. El factor religioso la fuente de la ética y de las costumbres lo discernimos como el fundamento de la concepción negativa de la sexualidad.
La sexualidad es presentada como atributo típico y vergonzoso del hombre natural. La túnica con la que se cubre el clero católico era en las antiguas religiones frecuentemente un símbolo de auto castración sexual.