sábado, 10 de mayo de 2014

NOTAS PARA PENSAR EL EROTISMO

NOTAS PARA PENSAR EL EROTISMO

DEL EROTISMO: RESTRICCIÓN Y GENERALIZACIÓN
El erotismo se alimenta de la excitada actividad de los sentidos y en especial del olfato. Por ello el sexo de la mujer dispuesta para el encuentro amoroso ha sido tradicionalmente alegorizado como una flor que expande su perfume.
Sostiene que la producción del deseo predomina la vista porque es la visión del cuerpo desnudo lo que enciende las pasiones. Es claro que la vista está inmediatamente asociada al tacto. Si la visión de un cuerpo atrae y excita es porque es mirada anticipa el momento en que ese cuerpo será tocado: a la visión del cuerpo desnudo. De ello se deduce que mirar es un modo de tocar. Que la mirada es ya el comienzo de la cópula o del deseo de la cópula. La actividad del tacto sería entonces la predominante, pero ella se completa con la actividad de otros órganos como el gusto e incluso la audición porque la voz, la risa, y hasta el llanto, son otros tantos ingredientes del deseo.
El placer sexual se alimenta de pura sensualidad y por lo tanto excluye toda actividad intelectual. El placer inteligente o el placer de la inteligencia, se clasifica como experiencia erótica tendríamos que en esta experiencia la dimensión intelectual está tan decisivamente presente que el erotismo sería, básicamente, cosa mentale.
El erotismo pone en actividad impulsos más variados y, ciertamente, más profundos y más perturbadores. Las mitologías y las religiones sugieren que la eroticidad abarca todo lo viviente y que, más allá del deseo de la cópula y de la cópula propiamente dicha, se trata de un impulso que reúne la vida con la muerte, el caos con el cosmos y, en el orden social, pone en juego, y antes que nada en riesgo, la consolidación de ese orden. Dominado por el deseo de ir siempre más allá, de abrir y atravesar, el erotismo es una fuerza que en última instancia parece tender a la disolución. Hablar de un erotismo en sentido restringido, es decir, limitado a la sexualidad humana, y de un erotismo en sentido general que se extendería a todas las especies y más aun al universo entero concebido o vivido. Pensando en sentido restringido como lo hemos explicado al comienzo del presente ensayo diríamos que esa palabra evoca la práctica de la relación sexual cuyo fin es la obtención de un placer sazonado por ingredientes como cierta disposición intelectual que hace de esa práctica un motivo de contemplación y análisis, así como también evoca ciertas formas de  ejercer  la relación que se sienten como contravenciones a las formas “normales”. Se suele ignorar que el uso de la palabra “erotismo” para mentar estas prácticas “prohibidas” e incluso deliberadamente subversivas, es relativamente reciente y podría asociárselo al léxico aprendido del psicoanálisis. La palabra fuera desconocida antes de los trabajos de Freud pero, ciertamente, antes de estos trabajos se prefería recurrir a un repertorio de expresiones como sensualidad, apasionamiento, lascivia, salacidad, incluso degeneración. “Lujuria”, es el nombre de uno de los siete pecados capitales y por ello todo el repertorio al que hemos aludido tiene como eje la relación paradigmática entre el vicio y la virtud.

EL EROTISMO SEGÚN BATAILLE
Bataille es el primer autor cuya obra está íntegramente consagrada a pensar el erotismo, desde la más remota antigüedad los pensadores, especialmente os filósofos, se han preocupado por esbozar una teoría del amor, sino sugerir que ninguno lo había hecho tan exhaustivamente como Bataille, quien se dedicó a elaborar no solo una teoría general sino también una antropología y una economía de lo erótico. Bataille recuerda a los filosóficos de la antigüedad que pensaron el amor como una fuerza cósmica, fuerza encargada de reunir lo semejante o lo complementario y asegurar así el equilibrio del universo.
Bataille coincide con esta versión en cuanto ve al amor como una fuerza universal pero ya en la manera de concebir esta fuerza. La sociedad humana, según Bataille, se caracteriza por el sentido de la pérdida y su preocupación central no es la acumulación sino el consumo, sobre todo el consumo excesivo e impro­ductivo.
“El Sol –dice Bataille– da sin jamás recibir” y por lo tanto supone un continuo aumento de energía distribuida en todas las especies vivientes: de ahí la lujosa variedad y prodi­galidad de especies animales y vegetales. Ahora bien, de todos los seres vivientes “el hombre es el más apto para consumir, intensamente, lujosamente el exce­dente de energía”. El erotismo sería, pues, en términos generales, el dispendio inútil y lujurioso que sucede a toda acumulación. El derramamiento, sea de objetos suntuarios, de sangre o de semen, es lo que toda sociedad humana profundamente busca.
“El erotismo es la búsqueda del punto en que se desfa­llece” y “El erotismo es la afirmación de la vida hasta en la muerte”. También se explica que el erotismo asocie la destrucción espectacular con la secreta experiencia mística, el aturdimiento orgiástico con la espera de la herida que atravesará nuestro cuerpo para unir dolor y goce, la religión y la guerra. La destrucción da paso a la posibilidad de un nuevo proceso de absorción y retención, la muerte hace posible que la vida continúe.
El pensamiento de Bataille trata de centrarse en el paso de la pulsión de la muerte a la pulsión de la vida, del vaciamiento a la fertilidad.

LA DUALIDAD DE LA PULSIÓN ERÓTICA
Según Freud, toda civilización se funda en la represión de las pulsiones eróticas. Esto sería así porque sin esa represión ninguna forma de organización social resultaría posible ya que la civi­lización se sostiene en el trabajo y en la institución familiar. Marcuse, por su parte, alega que la pulsión libidinal no es por naturaleza una fuerza destructiva del orden social sino sólo de ciertas formas de orga­nización humana, formas que, desde su particular interpretación de las teorías marxistas, responden, en lo profundo, a determinados intereses. Según Empédocles, la mezcla de elementos depende de la acción de dos fuerzas, el Amor y el Odio, fuerzas que propician la reunión o la separa­ción de los elementos y hacen del universo un continuo movimiento entre lo uno y lo múltiple.
En Roma, en las fiestas de las Liberalia, un gigantesco phalus, movido sobre una carreta presidía jubilosas procesiones, dispendiosas libaciones y enjundiosas deyecciones. Estas manifestaciones orgiásticas muestran a la espectacular obscenidad que las caracterizaba como una fuerza irre­sistible que se mueve en un doble sentido: por un lado, se conforma como una negación avasalladora que instala a los hombres más allá de las restricciones del orden social como si se tratara de un reino de la libertad humana que instala al cuerpo en el centro de la escena y, por otro, como un retorno a la madurez de lo natural, al momento de la lujuria floral o de la dehiscencia de los frutos de la tierra.
El doble sentido, la dualidad, entonces, consistiría en que si la civilización es un producto del trabajo y a su vez el trabajo es una negación del orden natural que da curso a un orden social, el erotismo, que hace que el cuerpo deje de ser un instrumento de trabajo para ser un instrumento del placer, se constituiría como una negación del trabajo y por lo tanto, al mismo tiempo, en una superación del orden social y en una restauración de las pulsiones primordiales.
EXPRESIONES DEL EROTISMO EN LA ANTIGÜEDAD
A medio camino entre la meditación filosófica y la explosión orgiástica están los dispendios divinos y los violentos o tramposos ayuntamientos así como las prodigiosas metamorfosis que cunden en la mitología griega en la que Zeus, el supremo, es dueño de un poder destructor y al mismo tiempo de un furor genésico que hace de él un infatigable perseguidor de diosas y de ninfas.
Rea, madre de Zeus, temerosa de las pertur­baciones que podía causar la frenética lujuria de su hijo le prohibió casarse con Hera (a la cual después tomaría por la fuerza para obligarla a ese casamiento), recibiendo como airada respuesta una amenaza de violación. Para evitarlo, Rea se convirtió en una temible serpiente lo cual no amedrentó a Zeus, quien se transformó inmediatamente en serpiente macho y se enroscó en ella de manera tan indisoluble que terminó cumpliendo su amenaza.
Daphne que, huyendo de los deseos de Apolo, se convirtió en laurel en el momento justo en que este dios (a quien uno podría suponer más mesu­rado porque, según se nos enseñó, es el equilibrio y la justeza racional) ya la tenía entre sus brazos. Daphne convertida en laurel para escapar del asedio de Apolo muestra, de paso, la continua relación entre el hombre y la naturaleza, o, más bien dicho, la sexualidad como principio del reino de lo natural. Las prácticas sexuales –desenfrenadas o disimu­ladas– así como las obras artísticas y las consideraciones morales o filosóficas a propósito de las relaciones amorosas continuaron sin interrupción: como suele decirse, en la literatura –y acaso también en la vida– hay sólo dos temas o dos heridas predominantes: el amor y la muerte.


EROTISMO Y MUNDO MODERNO: ENTRE VARIACIONES Y PERMANENCIA
Erotismo pero que hasta hace poco se concebía como una variante del amor tiene a su vez varias maneras de manifes­tarse. Un erotismo de la violencia destructiva, un erotismo del sacrificio, un erotismo del entusiasmo floral, un erotismo de la exhibición genital, un erotismo del ocultamiento, un erotismo del llamado, de la espera y la nostalgia.
El amor, según ello, no puede darse sino fuera del matrimonio pues, libre por naturaleza, no puede quedar atado a intereses políticos, o a arre­glos familiares. Pero ese amor ejercido libremente tiene como precio el secreto, las reglas de cortesía exigen que la relación amorosa, en todas sus etapas, sea estética y noble, sincera y delicada. El amor es entrega apasio­nada y asediada por obstáculos frente a los cuales la pasión no retrocede ni descansa. El erotismo es una cosa mentale pero también ha dado la posibilidad de que lo que empieza por ser virtual, de que esos impal­pables escenarios de un deseo sin freno, terminen en realidades flagrantes.
La seducción a la obsesión lúcida, de la lúcida obsesión a una rigu­rosa metodología para que el encuentro tenga lugar y con ello la exhaustiva satisfacción de ese deseo.
Las pulsiones eróticas han encontrado, como no podía dejar ser, la manera de sacar partido, abundantemente, del desarrollo tecnológico. Así, si el erotismo reúne el amor con la muerte, es difícil decir si en el mundo que vivimos la atracción que ejerce la vida tiene la misma fuerza que la atracción ejercida por la muerte. Es del todo posible que ya no sea así.




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